El pan siempre será nuestro

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Por Silvana Melo

(APe).- Suele estar solo en la mesa de los pobres. Huérfano de maridajes. Pan, como símbolo de la comida, del alimento como derecho de la humanidad, canasta donde el sol y la tierra pusieron la vida, como semilla para el resto. Para transformar, revolucionar, hacer del estómago lleno un mitin de amaneceres. En estos días el gobierno aprobó el primer trigo transgénico del mundo. Y el pan palidece en su identidad de combustible para alterar lo establecido. El HB4, que no fue producido por Monsanto –para hablar de un demonio ya legendario- sino por Bioceres, llega con su veneno estrella en el paquete tecnológico que infectará las mesas y terminará de destituir la escasa soberanía alimentaria que se sostiene en los platos de esta tierra. Arrasados, hoy, por el hambre. Pero atravesados por la necesidad de generar divisas y de buscar fortaleza en la vecindad de las multinacionales.

El flamante trigo transgénico autorizado 24 años después de la entrada triunfal de la soja modificada resiste a la sequía y es tolerante al glufosinato de amonio. Una alianza tecnológica renovadísima entre la genética encaprichada y el veneno: la soja y el glifosato ya son matrimonio antiguo. Ahora es el trigo y el glufosinato de amonio, nombre que hay que comenzar a internalizar en la conciencia del aire, del agua, del alimento.

Si el trigo modificado logra llegar a la tierra, generará la multiplicación del uso de agrotóxicos. Porque es tolerante, entonces hay que aumentar y aumentar. Envenenar y envenenar. Y los productores, gastar y gastar en insumos perfectamente evitables. “Por esta razón el uso de agrotóxicos se ha incrementado exponencialmente desde su introducción demostrando la falsedad del discurso con que se impusieron. En Argentina ya se usan más de 525 millones de litros de agrotóxicos por año y esta autorización implicará aumentar aún más esa cantidad de por sí exorbitante”, dice el abogado Marcos Filardi a APe, desde el Museo del Hambre. Esa explanada donde se lucha por el pan libre, transparente, soberano, que alguna vez dejará al hambre reducido a un fósil museario.

El pan que comerán los niños en las barriadas donde la comida se reduce a la harina, el agua y la pizca de sal vendrá con un alienígena más tóxico que el mismísimo glifosato. “El glufosinato de amonio está ampliamente cuestionado y prohibido en muchos países por su alta toxicidad aguda y sus efectos cancerígenos, neurotóxicos y genotóxicos”, asegura Filardi. Es tan perfecto que no sólo es herbicida sino también insecticida y siembra la muerte “entre los organismos benéficos incluyendo arañas, ácaros depredadores, mariposas, numerosos microorganismos del suelo, y puede incrementar la susceptibilidad de la planta a enfermedades, con el consecuente aumento en el uso y dependencia de agrotóxicos”.

Los catorce millones de personas sometidas a fumigaciones en el largo territorio del país reciben hoy una noticia dramática: serán pulverizados todo el año con venenos a los que los Bioceres, las Syngentas y las corporaciones Aapresid insistirán con llamar fitosanitarios para emparentarlos a la salud (a la buena salud). “El trigo es un cultivo de invierno –explica Marcos Filardi a APe-. Hasta ahora, las fumigaciones masivas con agrotóxicos se circunscribían a las temporadas de primavera y verano”. Pero la llegada del glufosinato al trigo incluirá al invierno, cuando la inmunodepresión generada por los agrotóxicos es una ruta allanada para las enfermedades respiratorias.

El agronegocio, como generador de dólares y voraz propietario de la matriz productiva agraria en la Argentina, es el único pegamento que cicatriza la grieta. Es la verdad, en medio de la escena ruidosa donde todos se disputan la pintura de la fachada. Fue en octubre cuando el flamante presidente electo Alberto Fernández visitaba Bioceres en Santa Fe, junto a la opacidad del gobernador Omar Perotti. En esas probetas se delineaba el trigo transgénico. Después, Syngenta en la mesa del hambre, el acuerdo cérdico con China, la cuarentena desmontadora y fumigada y demasiados etcéteras más.

A pesar de la soberanía alimentaria cuyo concepto bastardearon para intentar expropiar Vicentín, a pesar del manoseo al ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá –al que nunca terminan de nombrar en la Dirección de Agroecología- a pesar de ciertos discursos de agricultura familiar y popular que nunca van al hueso. Es decir, a la tierra. Y el campo que alimenta es siempre el mismo: el de los pequeños agricultores asociados que reniegan del veneno y se empeñan en pelearle a un sistema goliat. Promovido por el estado en todos sus rostros y colores.

“El trigo es la base de la alimentación de las y los argentinos: con él se elabora el pan y gran parte de nuestras comidas que están basadas en sus harinas”, dice Marcos Filardi. “A partir de esta autorización, el trigo tendrá residuos de glufosinato al igual que las harinas y sus derivados, es decir, habrá glufosinato en alimentos básicos de consumo diario, hecho inédito en la historia de nuestro país, con lo cual toda la población estará expuesta a la ingesta de este veneno en su dieta diaria”.

Dice el biólogo y filósofo Guillermo Folguera: “Glufosinato de amonio. Impera que aprendamos esos nombres. Tuvimos que hacerlo con el glifosato. También con el cianuro. Todos son químicos para que hagan sus negocios en nombre de un bien común que nunca es tal. Aprender los nombres de lo que nos hace daño parece un buen primer paso. No aceptar que nos hagan más daño parece el inevitable siguiente”.

Habrá que resistir, entonces. Montar ejércitos de amarantos masivos que les arrebaten la tierra a los glufosinatos. Y que rescaten al pan como alimento nuestro, bello, solidario. El que modificaron los panaderos franceses con avena, arcilla y restos de molienda por falta de trigo, el pan que llevó al pueblo hambriento a saquear las panaderías. Y que fue una de las causas tiernas y crocantes de la revolución francesa. El que los judíos hicieron sin levadura, ácimo, cocinado sobre las piedras mientras huían de Egipto.

El pan que está cuando no hay nada, pellizcado en su miga sagrada.

El pan que siempre será nuestro.

Edición: 4097


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