Luces que celebran el genocidio

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Por Claudia Rafael
(APe).- Se hizo la luz y tuvo los colores del imperio. El amarillo y el rojo de la bandera española pincelaron tres grandes símbolos en la ciudad para mostrarlos de rodillas al mundo. Mientras los desarrapados y los vulnerados deambulan con sus pasos por eternas oscuridades, los poderosos eyectaron sus destellos luminosos sobre el monumento a los españoles, la Usina del Arte y la facultad de Ingeniería de la UBA. “En esta fecha tan importante para el pueblo español, desde la ciudad los acompañamos encendiendo las luces de nuestros íconos porteños con los colores que los representan”, señaló el gobierno porteño desnudando su ubicación certera a la diestra de los dioses de la inequidad. “Esta fecha tan importante” es aquella en la que inició la masacre de 60 millones de originarios a manos de los colonizadores. “Esta fecha tan importante para el pueblo español” es la que se ilumina para festejar a los torturadores, los verdugos, los dueños de la vida y de la muerte que a fuerza de la cruz y de la espada, de las enfermedades y las cadenas, del martirio y de la aculturación sometieron a los pueblos del continente.

Los condenados de la tierra siguen ajenos a los paraísos iluminados. El único rojo profundo que los señala es el de su propia sangre, derramada por el sistema que les delineó los límites de sus propios territorios. A 528 años se sigue escuchando como ecos de todos los infiernos la voz de Galeano cuando escribe Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.

Los nadies resisten. Sus sombras vagan entre las oscuridades de Guernica, contando las horas y sabiéndose de los descalzos. Resisten, como resistió el Winni, mientras duró, en las puertas del banco Itaú de San Telmo, pero lo encontraron hace unas horas, sin respiros ni aliento, en San Juan y Defensa. Entre las oscuridades de un barrio que hoy, en tiempos pandémicos, rescata los latidos de las negritudes sepultadas en los tiempos de la colonia. Resisten, con el cuero curtido por los fríos que calan la piel gastada y los calores densos que amenazan cuando no hay techo ni agua ni la luminosidad de la vida incluida.

Son los hijos y los nietos de otros nadies. Que no saben más que de sombras mientras se les ocultan los gozos en un devenir sistémico construido durante vastos siglos y reafirmado año tras año. Como aquel reconocimiento al rey durante el bicentenario de la independencia: Ellos en ese momento claramente debieron sentir angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España.

Aún hoy se escuchan los gritos heredados de los esclavizados y los torturados. Todavía hoy se alzan sus voces desde el fondo de todos los infiernos de la desmemoria. Aquellos cantos de los tiempos en que la propiedad privada no era un atributo de los originarios hoy se despliegan desde los territorios ocupados por los desplazados. Que miran atribulados a los que a fuerza de billetes y operaciones inmobiliarias se quedan con los sueños y las esperanzas de los que sostienen la vida misma con sus manos vacías.

Las instituciones se vistieron de luces rojas y amarillas para decir al mundo que los conquistadores siguen ahí. Agazapados. Listos con el billete o con la espada, según sea necesario en cada tiempo. Convencidos de que podrán torcer las resistencias.

Entenderán alguna vez que los pueblos no firman el certificado de olvido.

Edición: 4098


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