El hambre wichí en tiempo de pandemia

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Por Silvana Melo
(APe).- Ahora ni siquiera el resto del mundo se asoma a su ventana por la muerte de sus niños. Más invisibilizados que nunca, los wichís sufren el hambre pandémico de su historia. Cuando el desmonte los dejó sin farmacia ni almacén y la falta de alimentos mata más que el covid. Mientras el médico Rodolfo Franco da de comer en su casa a más de un centenar de sus pacientes en Misión Chaqueña, en Santa Victoria Este Abel Mendoza asegura que la muerte originaria está despublicada en Salta. Ellos recogen frutas, miel, hacen artesanías. Pero no se las pueden vender a nadie. Hay una madre que se fue del hospital sin un solo pañal para su niño y hay un adolescente de 18 años al que lo llevó el río desbocado porque la tierra ya no enjuga esa furia. La tierra es un piso de cemento. Y los wichís más confinados siguen sin acceder a una gota de agua buena.

El mismo doctor Franco estuvo varios días sin agua en su salita sin que nadie se hiciera cargo. Reclamando al aire, enviando videos por whatsapp, dejando testimonio casi en soledad. Y su gente con hambre. Con el hambre atroz de no comer en días. Esa hambre que anula los sentidos y la voluntad.

Abel Mendoza es referente de la comunidad Santa Victoria 2, en el norte de Salta, donde el castigo se multiplica. Donde la desidia se ensaña con un pueblo que se va muriendo despacito, en vías ciertas de extinción. El asegura que la muerte de los niños no cesó este verano. Sino que “no se publica”.

El cacique, presidente de la Unión Autónoma de Comunidades Originarias del Pilcomayo (UACOP), recuerda la marcha por la capital salteña el 16 de noviembre. Cuando los originarios salieron de sus comunidades e invadieron el territorio criollo para dejar en claro que antes de extinguirse resistirán. La ministra de Desarrollo Social, dice Abel Mendoza, insiste en que “están llegando las mercaderías mensualmente y triplicándose por los niños que han fallecido y eso es mentira. Tenemos que esperar cada tres meses y se están escondiendo cada vez más desnutridos en Santa Victoria”.

En aquella manifestación “se sumó Tartagal, Pocitos, Pichanal y Embarcación. Los hermanos de distintas comunidades que denunciaban lo básico para la vida: la escasez de agua”. Vivir sin agua bebible en enero, cuando en el norte salteño la temperatura supera largamente los 30 grados, es inhumano. “Como el municipio es grande, hacen los pozos de agua en las comunidades más cercanas, no en los lugares más aledaños. Son dos o tres pozos no más. A los más alejados no les llega. Estamos necesitando tinacos, que son los depósitos de agua”. Y se queja del titular del IPIS, el instituto de pueblos indígenas de Salta, que es un originario. Que, como el intendente wichi, deberían ser voces de su pueblo. Pero él asegura que el poder los subyuga y los aísla de su origen.

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“Acá hay hambre”, denuncia Mendoza. “Todos en el área de salud están escondiendo las muertes. Cuando fallece un niño dicen que es una enfermedad. A veces ni siquiera mandan el informe correspondiente. Las necesidades son el alimento y el pozo de agua”.

Pero no sólo. “Hace como tres semanas un viento muy fuerte voló techos, paredes y la gente sigue ahí, a la intemperie. Nadie hizo nada”. El Pilcomayo se embravece ante las lluvias. “Estamos corriendo peligro porque la nuestra es una zona llana. Siempre se inunda el pueblo. No tenemos las defensas firmes. En esta época de lluvias crece el río y se inundan las comunidades”. El problema, dice, “son los desmontes que están haciendo en Bolivia” pero también en toda la zona del Chaco salteño. En los últimos 10 años el agronegocio implantó un millón de hectáreas de soja transgénica, maíz y porotos, a costa de la devastación de 1.200.000 hectáreas de monte chaqueño, selva de yunga y bosque del “Umbral del Chaco”. La tasa de deforestación del 2,5% de los bosques nativos remanentes por año es la más alta del mundo. Se arrancan 100 mil hectáreas por año.

Entonces cuando llueve “no se agarra bien el agua”. Es que no están los montes que sostienen el agua en las copas, que la absorben, que le permiten una llegada tranquila al suelo sediento. Sin los montes ese suelo se transforma en piso de cemento, agotado por el sol y el monocultivo. Y el agua resbala y sigue, enloquecida, hacia las comunidades y se lleva las casitas precarias.

“Es un peligro que estamos pasando como todos los años. Es la preocupación más grande como cacique. Hace poco falleció un vecino mío de 18 años, cuando creció el río. Recién apareció su cuerpito una semana después”, lamenta Mendoza. “Hay una cadena de corrupción para esconder todo. Nos estamos enfrentando a un tigre muy poderoso”. En la comunidad se dedican “a la recolección de frutas; hacemos artesanías para poder vender. Recolectamos miel de abejas y como ahora el río está crecido no podemos pescar nada”.

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En estos días, equipos de salud del gobierno salteño encontraron más de 50 niños en “riesgo nutricional” en cinco localidades del norte que incluyeron a Santa Victoria Este. Rastrillajes sanitarios pour la gallerie de los que Rodolfo Franco –a cargo de la salud de 8 mil personas, la mayoría con hambre- descree amargamente.

El médico admite que, a partir de lo que lee como algunas mejoras, “la situación sigue siendo muy crítica porque la gente no tiene ingresos. Una chica tuvo familia acá y le digo ¿tenés pañales? y no tenía nada, no tenía un peso para comprar nada. Con mi señora le dimos pañales y un poco de ropa y con eso se fue del hospital. No tenían nada”.

A partir de esas historias Franco decidió armar en su casa un sistema para cocinar y que unas 150 personas puedan alimentarse dos veces por semana. “La mayoría vive así porque no hay ingresos. Vienen a comer a casa los jueves y los sábados y se llevan alguna mercadería que conseguimos”.

“Ellos vivían haciendo artesanías y muebles de madera, pero hoy nadie se los compra, el poco ingreso que tenían ya no lo tienen. Entonces comen, con suerte, una vez por día”. Dice el médico: “la distribución de comida es para las embarazadas, los niños y los discapacitados, pero el resto de la gente también come”. Pinta con crayones rojos la indolencia de los funcionarios: “es un gobierno conservador, el mismo de Patrón Costas, Romero y Urtubey. Todos patrones de estancia. Actúan con indiferencia. Cuando ya la sangre les salpica en la cara hacen algo, pero si no nunca. Cuando asumió (el gobernador Gustavo) Sáenz, muy relacionado con Urtubey, si yo hubiera sido él salía yo mismo con un camión a repartir para que no se murieron todos los chicos que murieron el año pasado. Pero no lo hizo”.

El sistema de salud está permanentemente semicolapsado. Aunque aún no ha llegado al norte el rebote del covid que ya sufren capital y conurbano, “todo está siempre a media máquina. Los médicos que tienen que estar de 7 a 13 atienden de 8 a 10. Así no se curan las necesidades de la población. Cuando llegan nuestros colectivos al hospital de Embarcación a las 10, se perdieron todos los turnos. Y cuesta mucho conseguirlos”.

La desidia que ya no es del gobierno, sino que se extiende a la burguesía criolla, para Franco es clara: “hay una idiosincracia de elite conservadora en las clases sociales que se creen superiores a las más bajas; cualquiera que tiene un poquito de estudio ya se cree el rey de Francia. A ellos el originario no le importa en absoluto, lo desprecian. Hay un racismo espantoso”. Entonces “le dan un turno a las 7 a una persona que vive a 50 km. Muchos duermen en la plaza de Embarcación para llegar al turno de la mañana”.

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Por eso y tantas otras cosas cien mujeres y hombres de Misión Chaqueña se llevan dos veces por semana, “la comida en ollitas” de la casa del doctor. Y comen más de 150. “Yo las veía llegar con chicos muy flaquitos a la salita. Y les preguntaba cuando le das de comer ¿qué le pasa?. No, es que no tenemos comida, no cenamos. ¿Y almorzar? No almorzamos. Ayer no comimos nada, por ejemplo. ¿Qué hago yo con esto? El hambre se cura con comida”.

Así como “me parte al medio que la mamá no tuviera un pañal para su hijo, tengo 25 personas con artritis reumatoidea y no consigo que el gobierno me mande los tratamientos. Me piden foto del dni, de la receta pero no me lo mandan. Las mujeres aborígenes tienen más incidencia en la artritis reumatoidea que las blancas, pero el gobierno ni se inmuta”.

En el verano del año pasado una veintena de chiquitos wichís murió de enfermedades directamente vecinas del hambre y del consumo de agua contaminada. La pandemia, cuando todo fue covid o no fue, silenció ese hambre y los escondió bajo su propia miseria.
Ellos se hicieron visibles en medio de la hegemonía criolla con sus marchas a la linda capital de una provincia empobrecida en su población más olvidada. O los ignoraron o les pegaron. Y sigue sin haber agua. Y si la hay, es marrón, contaminada por los jugos del agronegocio. Crecen y pierden los dientes, tienen diarreas, parásitos y herpes que se quedan a vivir, el chagas es una endemia histórica, los mosquitos le depositan el dengue en el patio de las casillas. Y el covid es un detalle, apenas. Los wichís salteños determinan a Salta como la provincia con mayor población originaria.

Que sobreviven con la venta de carbón y artesanías, que no hablan el mismo idioma del dominador, que descreen de su medicina porque ellos tenían sus hierbas y sus mieles en el corazón del bosque que le robaron, que son víctimas de ese opresor que primero les saqueó su cultura y después los acusa de morirse por un problema cultural.

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Edición: 4150

 


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