La niñez y los desiertos deseantes

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Por Alfredo Grande
  (APe).- La interrupción voluntaria del embarazo motivó todo tipo de debates, incluso legales. Los fundamentos abarcan casi todos los sectores del pensamiento y más sectores del sentimiento. En una entrevista con una destacada militante feminista, le dije que yo estaba a favor de la legalización del aborto pero que no estaba a favor del aborto. Sigo pensando que es el peor remedio para una enfermedad que podríamos definir como embarazo no deseado.

Si no hay deseo, hay mandato. Y el mandato, todos los mandatos, generan enfermedad psicosocial. La cultura represora es la cultura de los mandatos. Y se sostiene con la amenaza, la culpa y el castigo. Aun las mujeres que abortan, no desean el aborto. Pero tampoco desearon el embarazo. Ninguna mujer se embaraza para abortar, sino que aborta porque está embarazada sin desearlo.

El lenguaje es performativo. El deseo también. Una de las tragedias que nos impone nuestra condición humana es que, para sostener los deseos, necesitamos ejercer algunos mandatos. Y ese equilibrio inestable se mantiene durante toda la vida.

Felipe, uno de los personajes que acompañaba a Mafalda, practicaba el “rin raje”. Tocar el timbre y salir corriendo. En una historieta, luego de salir corriendo y mientras angustiado intentaba recuperar el aire, se preguntaba: “¿hago esto de auténtico travieso o de estúpido costumbrista?”

En otros términos: no podemos saber en cada momento si hacemos algo desde nuestro más profundo deseo o si lo hacemos desde los usos y costumbres instituidos. Mientras intentamos encontrar la imposible respuesta, nos damos cuenta que la cuestión del aborto, siendo importante, no es la más importante. La más importante es que pasa con los niñas y niños después de nacer. Para cientos de miles, lo que pasa es muy malo. Atrozmente malo y atrozmente cruel. Empieza la lucha por la vida y por la tierra, como nos enseñan Silvana y Claudia.

Es una lucha con batallas diarias, donde los que atacan tienen tecnologías sofisticadas y los que se defienden usan baldes, botellas y ollas. Creo que, si estuvieran a la intemperie, sería mejor. Sobrevivir encerrados por un ejército de ocupación, que organiza el sitio de una comunidad, establece un campo de concentración a cielo abierto y a tierra contaminada, no solamente no pretende solucionar el problema, sino que planifica agravarlo. Es la misma figura del matasano con la cual la cultura popular bautizó al médico que se asociaba a la casa funeraria.

Si el aborto es interrumpir una vida, los mismos que se oponen a su legalidad, toleran, incluso auspician, su continuidad por otros medios. Confundir el soporte biológico de la vida con la vida, es una extorsión reaccionaria.

El cuerpo es inmanencia. La plenitud, la alegría, la ternura, las necesidades básicas y no tan básicas siempre satisfechas, desplegar el gozo deseante de las comunidades que producen y consumen, es la trascendencia. Sin trascendencia la inmanencia también colapsa.

Si la mente no está sana, el cuerpo siempre se enferma. Hasta colapsar. De todas las formas que podamos imaginar. Especialmente las más crueles. La niñez también es un territorio. Entendido como todo espacio donde se ejerce un poder. Y una fuerza.

Más allá que los niños sean los únicos privilegiados, o que sean los únicos despojados de todos sus derechos, que el territorio de las infancias sea arrasado amputa en forma inapelable todo amague de la autodenominada inclusión social. Porque lo inclusivo es un taparrabo de la barbarie que se expresa en los mecanismos de exclusión social.

La villa 21-24 es otro experimento de la eugenesia social. Tan maldecida por los buenos demócratas, pero sostenida a la fecha por los que privilegian el lucro de los capitalistas. O sea: las democracias representativas.

Los territorios deseantes de la niñez se han transformado en desiertos. Donde ningún deseo puede germinar. Los desiertos deseantes constituyen la certeza de que el futuro siempre será peor y siempre será ajeno. El “interés superior del niño” es mantener su condición de sujetos de derecho, pero amplificarlo a “sujetos políticos”.

Serán los que podrán sostener que la única verdad es la transformación revolucionaria de la realidad.

Edición: 4382

 

 


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