La trama vincular del trabajo

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Crónica de las nuevas familiaridades (VII)

Por Alfredo Grande
   (APe).- Para la cultura represora lo importante no es serlo, sino parecerlo. En el colapso actual, ni siquiera le interesa mucho parecerlo. Y más allá del barbijo, el verdadero rostro de la bestia aparece con cruel nitidez. Y por crueldad no me refiero a la matanza sistemática de niñas y niños, incluso asesinados por otros niños. En el artículo “Mataron a un niño” se explica con claridad. De ser los únicos privilegiados, hoy las niñeces son el blanco privilegiado de los misiles del neoliberalismo.

La niñez pobre y marginal deja de ser niñez. La categoría cultural y política “niñez” está en extinción. La pregunta clásica: ¿Qué vas a hacer cuando seas grande? deviene abstracta. Nunca va a ser grande. Quizá la pregunta debería ser: ¿Qué te gustaría ser si pudieras ser niño? O sea: la racionalidad ha sido completamente invertida.

Estamos en la profecía de Ray Bradbury cuando en su novela “Fahrenheit 451” los bomberos no apagaban los incendios, sino que los producían. La política actual es exactamente eso. No está para solucionar problemas, sino que está para producirlos. Y cuando aparecen soluciones en el marco de las lógicas excluyentes con el trabajo asalariado, de la explotación laboral, de los talleres clandestinos, entonces el Estado que Cuida aparece con sus sermones que pulverizan el trabajo infantil.

Para el Estado Gerenciador del Capital, el trabajo sólo puede ser pensado en la lógica del lucro y la apropiación de plusvalía. O sea: todo trabajo remite a pocos amos y muchos esclavos. La clandestinidad de esos talleres es otra ficción cruel de la cultura represora. El ojo del amo y del funcionario cómplice engorda lo ganado. Incluso desde ciertos sectores del centro izquierdas y un poco más allá, el trabajo de niños y niñas es el paradigma del capitalismo salvaje. Quizá debiera hablarse de “capitalismo Tarzán”, un salvaje con rostro humano. En lugar de látigo, imponen el IVA a los alimentos.

¡Cuánta humanidad! En el capitalismo no se puede zafar del sentido originario de la palabra “trepalium” de la que se origina “trabajo”: instrumento de tortura. Desde ya que el trabajo explotado, precarizado, en situaciones de alto riesgo, insalubre, tóxico, es una tortura cotidiana. Sólo superada por la tortura cotidiana de no tener trabajo.

Lo atroz es que es una tortura absolutamente funcional al capitalismo.

Los empresarios que dan trabajo son los modernos capangas. La burguesía nacional ha sido extinguida por un meteoro que cayó por decisión de las mayorías desde la década del 90. Continuidad constitucional de la dictadura genocida.

De por sí terrible, lo más terrible es atacar con ferocidad cuando surgen desde dispositivos autogestionarios una forma de trabajo que no es tortura. La familiaridad propicia la construcción de vínculos eróticos, o sea, deseantes, donde hay soluciones colectivas para los problemas y dilemas que el capitalismo produce.

El trabajo infantil en una matriz comunitaria, donde no hay espacio para el lucro ajeno sino para el beneficio propio, es insoportable para los que siguen estafando con la receta del capitalismo con rostro humano. O de la profecía del “capitalismo serio más derechos humanos”. Si hubiera algo parecido a los derechos humanos, solamente pueden desarrollarse y cumplirse en matrices ,autogestionarias.

La familia patriarcal más o menos sagrada, es brutalmente heterogestionaria. O sea: la gestión la decide el Padre, habitualmente con la complicidad de la Madre. Y cuando no es cómplice, es brutalmente castigada al igual que las hijas y los hijos. En la familiaridad no hay castigo, no hay amenaza, no hay mandato, no hay culpa. No pocos dirán que es una utopía.
Pero del otro lado del espejo, sabemos que la siniestra utopía es suponer que siempre habrá cultura represora porque así es la vida.

Estoy convencido de que “así no es la vida” (1).

El trabajo infantil en el marco de las familiaridades es la única opción para que niñas y niños vuelvan a soñar con lo que desean ser cuando sean grandes.

(1) Título del cuarto unipersonal de Alfredo Grande

Edición: 4067


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