Muro antibalas para defender una escuela

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Por Carlos Del Frade

    (APe).- Las escuelas eran el sinónimo de la democracia para Sarmiento. De allí que cuando las aulas, los patios, las chicas, los chicos, las maestras, los maestros, las campanas y las bibliotecas son agredidas, la señal de alarma es profunda aunque pocas veces se discute sobre estas violencias dirigidas contra esos lugares tan entrañables para la gente en los barrios, para la cultura popular.

Lo que sucede en las escuelas, lo que sucede contra el mundo que puebla cada escuela debería ser un problema colectivo y político de primer nivel.

Cuando se conocieron los datos del censo de 2010, uno de los principales datos informaba que la mitad de la población adulta en la Argentina no había terminado la escuela secundaria. La mitad del pueblo era prácticamente semianalfabeta. Sin embargo, no hubo discusión alguna. La dirigencia política tradicional pasó de largo ante semejante cifra. Era una revelación atroz sobre la eficiente destrucción del pensamiento crítico, la socialización de la belleza y la demolición de la alegría de las chicas y los chicos y hasta la permanente lozanía de la memoria. Todo eso forma parte de las escuelas.

Mientras las violencias se multiplican en estos atribulados arrabales del mundo, las noticias que surgen de las escuelas no pueden ser tomadas como relatos laterales de la realidad.

-Quiero mi jardín abierto para estar con mis amiguitos – decía un cartel colocado en el jardín “Río Paraná”, del barrio Las Flores, en el sur rosarino.

Hace un mes que la escuela está cerrada después que un grupo de madres y padres ingresara rompiendo todo por una denuncia de abuso.

Lo cierto es que el personal docente decidió pedir licencia hasta fines de año.

Las maestras no quieren volver a pesar del deseo de las chiquitas y los chiquitos sintetizado en esos carteles.

Si las escuelas son el sinónimo de la democracia, como decía Sarmiento, la democracia está muy mal como consecuencia de las violencias inducidas por un sistema que se la ingenia en enfrentar a las víctimas entre sí.

Del otro lado de la ex ciudad obrera, en el barrio Ludueña, la información detalla que el Ministerio de Educación de la provincia de Santa Fe “levantará el muro antibalas” que había solicitado la dirección de la escuela “Luisa Mora de Olguín”.

Levantar un muro para defender una escuela.

Es una imagen perturbadora. Muy triste para quienes saben que las escuelas son geografías destinadas a la libertad, al sabor de un alfajor de chocolate, a las risas, las canciones, las rondas y los colores.

El costo de la “obra” será de dos millones y medio de pesos y según dicen los medios de comunicación regionales servirá para “fortificar una pared de protección en el perímetro, de una extensión y altura considerable para prevenir los hechos de violencia que suceden en un barrio que vive un contexto difícil”.

Las escuelas siempre son lugares que marcan los mapas de las ciudades con el signo de la esperanza. Últimos vestigios de la racionalidad y la solidaridad ante la impunidad de negocios mafiosos que multiplican las violencias.

Por eso estas dos señales deberían generar espacios de discusiones públicas sobre las agresiones que están recibiendo las escuelas.

Maestras y maestros sobrepasados por las exigencias de gente de un barrio estragado y muros que terminarán aislando a escuelas en el intento que las balas no ingresen a las aulas y los patios.

Habrá que recuperar las escuelas y cada una de las personas que insisten todos los días en la porfiada y obstinada tarea de sembrar libertades e igualdades.

Defender las escuelas es defender las posibilidades de las hijas y los hijos de las grandes mayorías.

Porque si las escuelas quedan vacías, la Argentina será, solamente, el viejo recuerdo de un sueño que mutó en pesadilla.

Edición: 4147


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