El ajuste y la guillotina

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Por Silvana Melo
   (APe).- A ellos, que son los más pobres y periféricos de esta historia, les está quedando el ajuste y la guillotina. El desafío mayor que la adultez asumió hace un tiempo no tan lejano fue transformarles el mundo. Revolucionarlo y dejarlo patas arriba. Con los malos al pie y los que sufren, los que tienen hambre, los que viven en invierno y en intemperie, por fin en la cúspide. Cambiarlo todo y después entregárselo. Pero no se pudo. Los niños de estas tierras fueron recibiendo en sus manos y en sus espaldas los peores mundos. Tragedias, genocidios, dictaduras feroces, democracias timoratas, ajustes desde el corner más derecho; ajustes desde la esquina nac y pop; ajustes desde los despreciantes; ajustes desde los que dicen ser su palabra y la usan para vestir de cordero la fiesta del lobo.

“No vamos a gastar más de lo que tenemos”. Lo dice la ministra que apuraron los tres alfiles de la coalición de ahora, de ésta que se enfrenta a la otra, la que es más loba con menos traje de cordero. En busca del déficit cero como Domingo Cavallo en 2001 o como Nicolás Dujovne en 2018. Aquellos lobos a los que no había que parecerse.

El ajuste en los gastos del estado es un discurso inexorable en el último medio siglo. Y es la exigencia patronal del FMI, en su regreso triunfal a las finanzas argentinas y a las flacas economías de la gente chiquita, la que sobrevive a duras penas en un día a día cada vez más áspero. Ajustar el gasto del estado implica menos educación, menos salud y menos atención a las víctimas multitudinarias de un sistema que hunde colmillos en lo más frágil. Ajustar el gasto es terminar con los planes sin crear trabajo, acabar con las moratorias jubilatorias –y los y las que trabajaron en precariedad toda su vida tendrán la peor de las vejeces-, reformar el sistema previsional para reducir la cantidad y calidad de las jubilaciones, consolidar los privilegios y el descarte de buena parte de la población que reincide tercamente en la pobreza.

No se ha podido tramar secretamente un otro mundo para entregarles en la esquina precisa que lleva a la adultez. No salió. No se pudo. Y ni siquiera hay coraje de hacerlos sujetos políticos para que abandonen la intemperie y se hagan fuertes y transformadores. Para que hagan su propio mejor mundo desde la nada que les quedará. Demasiada carga para los que reciben en su espalda el peso inmenso de la injusticia.

Ellos espían desde su destierro social las disputas obscenas, los que se juegan la suerte electoral en la martingala de esta ruleta sin importar los que quedan tendidos en el camino. Los pibes no entienden esta locura. Y terminan cediendo a ofertas oscuras, de la ultra que un día los victimizará, porque la izquierda ya no les concede la virtud de la esperanza. Es que no se pudo cambiarles el mundo. Y ahora les queda, apenas, el ajuste y la guillotina.

Mientras rige la caricia a los mercados que esbozó la ministra –olvidó hablarles a los habitantes de la tragedia para congraciarse con el poder económico- la vicepresidenta del sector nacional y popular cobra cuatro millones de pesos mensuales como pensionada y los gerentes de juntos por el cambio y los libertarios negacionistas van por liberar a sus patrones del impuesto a los bienes personales. El impuesto al que tiene más. El más justo. Un millón de contribuyentes que deberían sostener el ajuste y nos los castigados con más castigo. Qué puede hacer una marca más en la espalda. Hoy los tractores del privilegio harán paro para que no se grave a los que se beneficiaron económicamente con la guerra de Europa. Los que deberían aportar para que el ajuste no exilie más niños en las fronteras del hambre.

Las milanesas, la yerba y el dulce de leche aumentaron más del 300% en dos años y medio. Pero el acuerdo con el FMI es letra sagrada. Es palabra bíblica. Se traga con sapo y saliva. El resto está lejos, en las cinturas suburbiales. Las que no se ven desde los escritorios.

Abajo está la guillotina. En la Plaza de Mayo las alimañas del sistema instalan las cuchillas para cortar cabezas. No estiman necesario tronchar las propias por lo que el nuevo mundo que proponen es claramente inhabitable. Todos presos, muertos o exiliados, dicen las banderas. Se dicen libertarios, federales e invitan a los que dicen estar juntos por el cambio y ellos aceptan la invitación. La mezcla es atroz. A por ellos, que son pocos y cobardes, canta Julieta Laso la canción de Rodrigo Guerra.

No se pudo cambiarles el mundo para entregárselos el día en que se proclama su adultez. No se supo. No se quiso. ¿No se pudo? Tendrán que intentarlo ellos, contra la canalla del sistema.

Sin olvidar que abajo están el ajuste y la guillotina.

Edición: 4145


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