No me gustaría morir en cuarentena

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Por Alfredo Grande

 

Dedicado a Silvia Bleichmar, mi amiga personal y en la tarea que me ayudó a creer un poco más en mí.

(APe).- En uno de sus libros más implicados, Silvia Bleichmar reflexiona: “en la recuperación del ´valor esperanza´, que el cuerpo agobiado de la sociedad civil encuentre un alivio, una brecha (...) la política ha dejado de entusiasmarnos, aunque algo perdura como una chispa debajo del carbón que ahoga, que la apatía pareciera desplegarse más en aquellos que intentan conservar lo poco que les queda y que las clases medias convalidan la exclusión social y la deshumanización a través de la caridad” (“No me hubiera gustado morirme en los 90”, 2006)

La prestigiosa psicoanalista presentó mi primer libro y en el tercero hizo una crítica del segundo. La autorreferencia vale.
El psicoanálisis implicado, como fue pensando desde 1993, es definido como “un analizador del fundante represor de la cultura”. La historia podría ser contada como la mutación del fundante. La constante es que el fundante es represor. Desde ya, los analizadores históricos han intentado y pocas veces logrado, clonar el fundante represor en un fundante deseante. Aunque dicho de una forma rebuscada, estoy hablando de lo revolucionario, y en su extremo límite, de la revolución.

La cultura represora, que de eso se trata, intenta y casi siempre logra, que su fundante quede oculto. Es una especie de internet profunda que organiza nuestras vidas y nuestras muertes. Ignora que aunque los ojos no ven, el corazón siempre siente. La racionalidad sentida, según palabras de León Rozitchner, tiene razones que la razón no entiende. Y el burrito del teniente, nuestro propio yo atormentado, tiene carga y sí la siente.

Ahora todo está en la superficie. Los indicadores de la distancia óptima, el alcohol en gel, la lavandina, el barbijo, son señalizaciones explicitas de que lo demoníaco quiere su lugar en la tierra. Quizá también en el cielo. Ahora queda claro en qué consiste la “nueva normalidad”. Se ha incrustado en la subjetividad un núcleo de certeza: la cercanía mata.

Los Quilapayún en su inmoral Cantata Santa Maria de Iquique cantarían: “es peligroso estar cerca amigo”. El semejante tendrá el lugar del rival. Aquel que con sus gotículas puede arrebatarme la vida.

Desde el comienzo de la cuarentena, se ha implementado una catequesis ante la cual sólo cabe rezo y obediencia. “El enemigo sin rostro”, “Un ejército invisible”, “La única vacuna es la cuarentena”. Estas analogías militares y sanitaristas delirantes, han contaminado lo que podríamos llamar “la ética combatiente de las masas”.

Un alto ladrón de tierras mapuches, jugador de nivel internacional, apela a la resiliencia como motivo de esperanza. Mientras se queda con tierras mapuches, nada le importará diferenciar entre un resiliente y un combatiente. El resiliente tiene la capacidad de no quebrarse y volver a una situación anterior. El combatiente tiene la capacidad de no quebrarse e inventar una situación inédita. Los combatientes son realistas porque piden lo imposible, como enseñara el Mayo Francés. Por eso la “nueva normalidad” será la “vieja anormalidad”, pero ahora aceptada. Podremos jugar en el bosque, mientras el virus no está. Pero podrá volver, y con su capacidad de matar nada marchita.

Hay una normalidad perversa, berreta, que es simplemente aceptar la anormalidad como normal. “Así es la Vida”. Pues mal: a ese título encubridor le di respuesta en mi cuarto unipersonal: “Así no es la Vida”. El título de la película que protagonizara Enrique Muiño y Elías Alippi, en versión descubridora, hubiera sido: “Así es la muerte”. Pero la gran industria del entretenimiento empezaba a desplegarse.

El fundante represor de la cultura se amplifica en una infinidad de formas de asesinar. En cuotas o al contado. Hoy debería estar incorporado que con “la democracia no se cura, no se come, no se educa”. Pero la gran noticia son las sesiones con zoom. Y la gran ausente en todo ese festival de mensajes es la educación popular. Lo malo y lo bueno vienen en formato obligatorio. Legal. Policial. Sigue vigente que la letra con barbijo e hisopado entra. Imágenes de cadáveres en las calles, cifras de nuevos contagiados, de nuevos fallecidos, ocultamiento de la cifra de curados, es un coctel preparado para generar pánico como nueva normalidad.

Aun en democracia, y muy especialmente en democracia porque es el mejor sistema de ocultamiento de los privilegios, sigue uniendo el espanto y no el amor. Los grandes predicadores del amor son los mejores torturadores. La tortura se legitima, incluso se legaliza con: el hambre, el desamparo ante la catástrofe habitacional, las aguas contaminadas y además, canillas que ni siquiera gotean, los materiales pesados en sangre, los asesinatos sistemáticos llamados “gatillo fácil”, el chocobarismo que tiene su continuidad en el Bajo Flores, el exterminio cruel de los originarios y no tanto, y todo estas formas de tortura siguen. Y muchos están pensando en cómo perfeccionarlos.

Como todos saben, la tecnología es apenas el mensajero. El mensaje lo escriben los grupos ultra concentrados y supranacionales.
Las Naciones Unidas son el arbusto. Es imposible distribuir la riqueza. Es necesario impedir que se concentre. El aporte a las grandes riquezas, ya que uno de los propulsores no quiere llamarlo impuesto, supongo que temiendo un efecto boomerang, sigue esperando su aplicación. Ni hablemos de nacionalización o expropiación.

El poder, incluso con su identidad autopercibida democrática, apela a diferentes formas de legalidad, de controles policiales, de detección precoz, etc. La insistencia en sostener el aislamiento por espanto, nunca logrará la respuesta necesaria. El estado paranoico utilizará más recursos en descubrir desertores, transgresores, que en fomentar solidaridades y convicciones. El cuidar cuidarse es una práctica autogestionaria, conocida en todos los colectivos populares. Quedarse en casa en un programa de mínima. Porque reproducir en cada casa el individualismo egoísta y mezquino que hay fuera de la casa, es un maquillaje más.

Creo que la batalla cultural es, aunque parezca parte de mi delirio senil, poder amar la cuarentena. Aun en su nombre encubridor: aislamiento social preventivo y obligatorio. Lo obligatorio nace para ser transgredido. Hecha la ley y hecha la obligación, hecha la trampa. ¿Quién cuida a los que dicen que nos cuidan?

Si la pandemia nos hace traicionar la política de que el poder fundante es del pueblo, entonces los grandes poderes de la tierra habrán encontrado la solución final. Y los rebeldes, los disconformes, los sublevados, los poetas, los combatientes, seguiremos buscando el problema inicial. El enigma del origen.

Cuando Prometeo les roba el fuego a los dioses, se lo entrega a los mortales. Prometeo en una de sus acepciones, es “previsión”. O sea: deberemos prevenirnos de los mortales que decidieron y consiguieron devolverle el fuego a los dioses. Y toleramos que Prometeo siga castigado.

No quiero morir en cuarentena porque pretendo volver a arrebatar ese fuego.

Y además quiero contarle esa historia para ser escrita, a mis nietos y nietas. Estoy seguro de que mis hijos e hijas van a estar de acuerdo.

Edición: 4032


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