Simultaneidades que aterran

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Por Bernardo Penoucos

(APe).- Un grupo de niños juntan sus casacas futboleras en algún instituto de menores y se las intercambian por clonazepam y alcohol etílico a su celador. Una madre denuncia a los narcos de su barrio en la Comisaría más cercana, como se suele aconsejar, sin saber que cuando regrese al barrio su casa estará incendiada porque mágicamente algún dato se filtró de la comisaria al barrio, mas allá de que le prometieron y le juraron total reserva y confidencialidad.

Un candidato luego de limpiarse el bigote de blanca estimulación sonríe excitado a la cámara prometiendo educación, trabajo y vivienda para el futuro de la patria que, según su lucha, son los niños de la patria.

Otro niño es violado sistemáticamente en algún otro instituto, mientras las autoridades distraídas juegan a las cartas en la esquina del pabellón.

Una niña es levantada por un auto en alguna calle de Liniers, de Constitución o de cualquier calle de esta Nación libre y soberana, para ingresar en algún albergue transitorio e ir perdiendo triste y desesperadamente sus juguetes y sus niñeces.

Otro niño acomoda el cuerpo en la geografía de un roído cartón frente al obelisco, se toca las llagas que deja la base y trata de recordar la dirección de su casa y la dirección de su entierro.

La mano de otra niña despeinada y piojosa en posición de limosna se torna invisible ante el vidrio polarizado del auto y del conductor y de los miles de autos y conductores.

Otro niño esta arrodillándose en arroz en alguna comisaria, anticipando los hematomas y el terror, esperando a una Madre que no llega y que ni sabe y a un Estado que no llama y que sí sabe.

Alguien, en este momento, estará escribiendo letras, palabras y desesperaciones, rendido a veces ante la organización cuasi perfecta del crimen organizado, sintiéndose gota minusválida en el mar, respiración tímida en el huracán, abrazo aislado en la tortura, palabra suelta en la hegemónica gramática.

Herido de todo, herido de hambre, herido de frio, herido de olvido.

Pero no de muerte.

Edición: 3418


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