Velas en el viento

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Por Silvana Melo

(APe).- El crimen de Fernando es un crimen de poder. Matar a un chico paraguayo, amigo de quien derramó el vino sobre el poderoso es reafirmar el poder. Tanto como revalidar la propiedad de una mujer definitivamente con la muerte. Es demostrar la mayor extensión fálica en una escena pública. Es decir yo soy capaz, matarlo y limpiarse la sangre en el jean camino a casa. Es una ratificación de clase. Soy más hombre, más fuerte y te someto. El pie sobre la cabeza es sojuzgar pero también inmolar. Eran once de 20 y él era uno. De 19. No fue pelea. Fue masacre.

Pero estaba ella. Virginia. De 17. Que los vio estragarlo e irse. Dejarlo hecho un trapito sanguinolento con la gente –sí, ese genérico impersonal- que miraba sin ver ni hacer. Hasta que vino la ambulancia le practicó RCP. Lo había aprendido en la escuela. Quiso soplarle la vida que se le iba. Atraparla en el aire y ponérsela en el cuerpo otra vez. Y lo logró durante 35 minutos. Hasta que él se fue en la caja de la ambulancia, hacia la muerte hospitalaria.

Pero también estaba ella. Tatiana. De 17. Escondida detrás de una puerta. Paralizada por el horror. Community manager del boliche. De ese mundo adulto en el que nadie se hizo cargo de la violencia ni de la muerte. Ese mundo del que ella reniega ahora. Ella que vio. Matalo que vos podés. Escuchó. Vio cuando le pegaban la útima patada en la cabeza y ya estaba inerte. Vio cómo nadie lo evitaba. Los vio irse babeándose como lobos. Limpiándose la sangre en las camisas. Los vio y contó.

Ellos estaban saciados. Feroces y hombres. Superiores. Iniciados. Con el prestigio de los nudillos lastimados.

Ellas tienen 17. Ellas son la desesperación por detener la vida que se va, atraparla en el aire y traerla hacia un cuerpo roto. Ellas son la verdad rescatada del campo de batalla. De la calle maldita que se devora a los más débiles.

Ellas son las únicas esquirlas de la esperanza.

Velas en el viento.

Edición: 3924

 


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