Micaela y el germen de la crueldad

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Por Claudia Rafael

(APe).- El hilo se cortará en el exacto punto en el que está tibiamente sentado el juez y una parte de la sociedad mejor pensante respirará aliviada. El juez entrerriano que otorgó la libertad a Sebastián Wagner, detenido por estragar la vida de Micaela García no prestó atención a los consejos del servicio penitenciario. Todos los ojos miran a Rossi cuya mano fue convenientemente soltada. Y tal vez corresponda. Pero hay demasiadas preguntas sin responder antes de llegar al magistrado Carlos Rossi.

En ese punto exacto, el del momento en que el juez decide otorgar o no la libertad, la lectura de una recomendación de la pata represora penitenciaria del Estado no debiera ser una buena consejera. “El interno, más allá de respetar las normas establecidas en esta institución y de cumplir con laborterapia a través del espacio laboral brindado por el establecimiento, en el aspecto educativo y psicoterapéutico no se ha incorporado a los espacios que brinda la Unidad Penal”, decía el informe. ¿El mandato es el de obedecer a los dictámenes de un servicio penitenciario nacido y forjado para ejercer el control social? Si Rossi –con desaciertos que son imperdonables- dejó erróneamente en libertad a Wagner no puede ser cuestionado por no prestar atención a los consejos de esa pata estatal perversa. Que tortura, que encierra en buzones, que denigra, que desangra y estraga. Deberán ser otras las causas.

El germen de crímenes como el de Micaela tienen muchas más razones. Mucho más hondas y más medulares. Rossi fue una atroz circunstancia. Pero una parte importante de la sociedad preferirá poner todas las culpas en él. Y de esa manera, lavarse las manos para no indagar en el espejo. Porque Rossi podrá ser destituido, apedreado y hasta linchado –con esa particular afición a la resolución fácil de las hordas anónimas- pero las micaelas seguirán apareciendo por múltiples rincones. Porque hay una patología social que tiene directa relación con la estructura deshumanizante de sociedad que se ha construido.

No habrá amanecer posible mientras las semillas de mañana se rieguen con los venenos de la crueldad. No hay modo de alojar el dolor inmenso por Micaela y todas las micaelas que nacen y son destrozadas con la terquedad de los crueles sin una nueva condición humana. Que no es precisamente la que asoma como cloacas en los foros de los medios periodísticos o en los twitter de funcionarios o de linchadores profesionales que corren del predilecto lugar de dulce víctima inocente a Micaela y la denigran por su militancia.

Ahora estamos más solos por imperio de muerte, por un cuerpo ganado como un palmo de tierra por la tierra baldía, decía Olga Orozco. Será sin Micaela y sin cada una de las micaelas que emergen en las horas y los días que habrá que poner el mundo patas arriba. Para empezar de nuevo. A sabiendas de que no hay juez ni servicio penitenciario ni linchador social anónimo que por sí solo pueda arrebatarnos la vida si estamos en pie. Con el espejo pluralmente digno. Y los brazos dispuestos. Porque los Wagner, los Sallago, los “Nene” Sánchez, los Mangeri, los Janssen y cada uno de los estragadores son hijos dilectos de una sociedad capitalista y patriarcal.

Es difícil convocar a la esperanza cuando las estrellas se apagan de un zarpazo. Sus muertes –escribía Orozco- son los exasperados rostros de nuestra vida. Que quedó completamente desnuda.

Edición: 3373


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