De lecciones, venenos y ausencias

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Por Mercedes “Meche” Méndez (*)

Fotos: Pablo Piovano

 

(APe).- El fallo del tribunal de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, que sentenció que fumigar escuelas es delito y condenó a empresario fumigador, piloto y productor sojero a 18 meses de prisión, ha sido histórico y una enorme alegría. Pero los efectos del modelo transgénico puesto en marcha en 1996 tiene responsables políticos que en algún momento deberán responder judicialmente por semejante daño. Pero además, las autoridades sanitarias, los trabajadores de la salud y los médicos tenemos la responsabilidad ineludible de no mirar para otro lado ante semejante daño a la salud, de tenderle la mano a los damnificados, de defenderlos, de cobijarlos, de escucharlos, de asistirlos, de prevenirlos, de cuidarlos y sobre todo acompañarlos tamaña agresión.

El logro de la condena por la fumigación en la Escuela 44 de Santa Anita parece sólo obra del Poder Judicial, pero está cimentado, abonado y empujado desde abajo por la dignidad, la terquedad, la perseverancia de la docente Mariela Leiva, ex Directora de la Escuela que fuera fumigada y responsable de la denuncia por la que se llegó a juicio. Que no es la excepción: un racimo de docentes en distintos puntos del país vienen denunciando desde hace años que las escuelas rurales, con ellas y sus niños dentro, están siendo fumigados y que tanto docentes como alumnos presentan efectos nocivos agudos o crónicos en su salud.

Transgénicos SA

 

 “A todos los que hemos dicho las cosas como son, nos han catalogado como locos. Si eso es por mostrar la realidad, no hay que hacerse problema. Que me digan loco: para mí es un título nobiliario”. (Rodolfo Páramo, médico-neonatólogo. Malabrigo-Santa Fe)

En el año ´96 se instala en el país, de la mano de Felipe Sola y Cía. el modelo de agricultura transgénico que aún padecemos, en base a semillas genéticamente modificadas y una cantidad inconmensurable de venenos.

Las poblaciones afectadas de manera directa con sus inapelables evidencias a cuestas, vienen denunciando los efectos graves que tanto sus propios cuerpos, como el medioambiente vienen sufriendo: alergias dermatológicas y respiratorias, convulsiones, malformaciones varias, problemas de fertilidad, endocrinos, abortos espontáneos, enfermedades autoinmunes, aumento de cáncer; desmonte, contaminación de las aguas, tierra, aire, mortandad de peces y aves, inundaciones, entre otros.

Los damnificados sólo han sido escuchados y acompañados desde un principio por un puñado de médicos, sobre todo de sus respectivas ciudades y por algunos hombres de ciencia.

A más de veinte años ya de aquel hecho aberrante del ´96, ha corrido más que agua –contaminada claro- bajo el puente que indica a las claras que este sistema impuesto por el estado de ayer y de hoy de agricultura tóxica envenena, enferma y mata y que ya NO hace falta comprobar nada más para exigir que llegue a su fin y, que en todo caso ellos, sus defensores/auspiciantes deberían comprobar lo contrario para continuar utilizándolo.

Pero, como los logros para los de a pie nunca vienen solos, sino que son el resultado de la lucha, la denuncia, la organización, el reclamo, sigo entendiendo que en todo este lío hay una pata imprescindible que nos sigue faltando para continuar la lucha en defensa de la salud y la vida.

Creo que en cualquier otro país, no del tercer Mundo como el nuestro claro, los efectos mencionados más arriba sin duda alguna pasarían a conformar un grave problema de Salud Pública.

El Silencio NO es Salud

Me pregunto: ¿cómo puede ser que en el razonamiento de los médicos -y digo médicos porque son los profesionales que asisten a pacientes y formulan los diagnósticos-, sigan sin existir al momento de pensar en causa de enfermedad, los millones y millones y millones de litros de tóxicos que se vienen esparciendo en agua, aire, tierra y seres vivientes (entiéndase incluidas personas), de manera sistemática, periódica?

Sin embargo, cuando las víctimas hablan, es común escuchar que los médicos les han comentado –sotto voce- que el origen de sus padecimientos debían buscarlos en “los venenos” que esparce el modelo, tal es el caso de Carla y su mielodisplasia adquirida en Ayacucho o de Margarita (de Lavalle-Corrientes) y las malformaciones varias de su bebe Azul, hermana de Celeste quien ya había estado al borde de la muerte, por vivir y jugar allá al ladito nomás de las tomateras. Pero, con la importancia que significa semejante diagnóstico de situación, ninguno se atreve luego a repetirlo más allá de las cuatro paredes donde fueron pronunciados, en voz baja y como al pasar.

¿Cómo puede ser que cuando hablan de “tóxicos” se hayan quedado casi en la prehistoria, para los tiempos que corren, y sólo consideren tabaco, alcohol, cocaína, algunos metales pesados… pero a casi nadie se le ocurre pensar en agrotóxicos? ¿En qué país están viviendo? ¿Con la bibliografía dictada por qué ciencia se actualizan?

¿Cómo puede ser que no tengan en cuenta que sus pacientes están siendo intoxicados perversamente de manera aguda en algunos casos, pero generalmente de manera crónica, más o menos directa, según su lugar de procedencia?

¿Cómo puede ser que aún no se tenga en cuenta, a la hora de pensar causas, riesgos y diagnósticos a esta altura ya del modelo agro-drogadependiente imperante, el lugar de residencia de los pacientes, a sabiendas de que esta agresión es mayor en determinadas zonas del país?.
Me pregunto si realmente, teniendo en cuenta semejante agresión tóxica, alguien puede asegurar con una mano en el corazón, que dicha agresión es realmente INOCUA.

¿Cómo pueden aún las distintas Sociedades Científicas – Pediatría, Cáncer, Toxicología, Endocrinología, Neurología- seguir haciendo como que NO pasara nada? Y lo que es aún peor, en algunos casos rompen el silencio para sostener lo contrario… ¿Qué responsabilidad les cabe ante semejante mentira?

¿Cómo puede ser que las líneas de investigación sean casi masivamente sólo centradas en la enfermedad, corriendo detrás de una MBE (Medicina Basada en Evidencia) dictada a nivel mundial? ¿Evidencia para quién o quiénes, validada por quién/quiénes me pregunto?

¿Cómo puede ser que siendo un tema que mella la salud Pública, no abunden las líneas que investiguen el corazón del modelo y el daño que está produciendo a la salud y el medio ambiente?

¿Cómo puede ser que a nadie le sorprenda e indigne que no existan laboratorios públicos, gratuitos, accesibles que midan los distintos tóxicos que cargamos en nuestros cuerpos, más allá de los tóxicos que marcan los libros de la prehistoria?

¿Será que saber los valores de los tóxicos “tradicionales”, no molesta ni compromete a nadie? ¿Pero qué pasaría si a un paciente, a otro paciente y a otro y a otro y a otro se le hallara glifosato, 2,4D, atrazina en sus cuerpos? ¿Se podría seguir cómodamente cruzados de brazos sin actuar?

Es claro por qué no hay laboratorios: al poder, el mismo que nos intoxica con sus políticas económicas, no le interesa, pero… a los médicos, comprometidos con la salud ¿no debería preocuparles esa falta de instrumento para determinar la posible causa de una patología y su tratamiento, considerando que ya van más de veinte años de decidida agresión tóxica para esta parte del mundo?

¿Cómo puede ser que las maestras nos den clase magistral de cómo se defiende la salud?

Sin duda esos venenos no son inocuos y allí donde caen hacen estragos ¿cómo creer que no lo hacen en los cuerpos? ¿Por qué creer que no están interactuando con los otros fármacos que habitualmente se administran?

¿Cómo puede ser que siendo bañados de manera sistemática, por un agente tóxico carcinogénico como el glifosato, se siga resistiendo aún a considerarlo probablemente como causal de enfermedad? ¿Cómo puede ser que no se realice epidemiología alguna al respecto, negando de manera rotunda lo que está ocurriendo hace más de dos décadas?

¿Con qué descaro se sigue sosteniendo que la “causa ambiental” no genera nuevos casos de cáncer? ¿A quién se está haciendo el juego, negando semejante secreto a voces?

¿Será correcto que un paciente oncológico sea enviado de regreso, por descanso o fin de tratamiento a un lugar donde lo fumigan, donde hay depósitos de venenos dentro de su barrio, al lado de su casa, o donde los silos tornan el aire irrespirable, hasta para una persona sana?

Si regresara a un hogar donde fuman diez personas alrededor de manera permanente, ¿se le haría alguna sugerencia de manera preventiva?¿Y si además consideramos que en el caso ambiental la exposición no es voluntaria, sino totalmente arbitraria? ¿Arriesgaríamos el tratamiento dejando expuesto al paciente a semejante factor de riesgo?

¿Pueden estas sustancias tóxicas, esparcidas como en un experimento a cielo abierto, estar modificando la presentación de algunas patologías, no respondiendo así a los tratamientos formalmente establecidos?

Y las preguntas pueden continuar y continuar.

En el Garrahan

Trabajo como enfermera en el Hospital de Pediatría Garrahan e intento desde mi humilde lugar, concientizar sobre esta situación de gravedad para que semejante agresión tóxica se comience a tener en cuenta al momento de elaborar diagnósticos, tratamientos y evaluación del cuidado de la salud de los niños y sus familias.

Desde el año 2011 llevo organizados con la Junta Interna de ATE -por negativa de la Dirección del Hospital a mi propuesta de ser la Institución la convocante- varios ateneos con prestigiosos profesionales del interior del país sobre la problemática y también con víctimas del modelo, como las docentes fumigadas, aunque lamentablemente con escasa repuesta de los profesionales, en asistencia y en la práctica profesional.

En el Hospital se ha asistido a casos agudos de intoxicación por pesticidas, como dos de los niños de la ciudad de Lavalle-Corrientes; como niños que provienen de ciudades donde a diario conviven con los venenos del modelo, aunque se los asiste por síntomas o patología desarrollada, sin la mínima intención de asociación alguna con semejante determinante ambiental y amparados además en “no tenemos dónde realizar los análisis”. Por lo que las palabras inespecífico, indeterminado y/o idiopático pueden cerrar casos, causas y dudas.

El Dr. Damián Marino (UNLP), que ha sido uno de los expositores sobre esta problemática, ha presentado al hospital Garrahan –dirigida a la doctora Josefa Rodriguez- una nota firmada por el decano de la Facultad de Ciencias Exactas el 21 de julio de 2015 ofreciendo la posibilidad de trabajar en conjunto, procesando las muestras que puedan acordarse y poniendo a disposición recurso humano para asistir en la organización -sin costo alguno- de un laboratorio para medir residuos de plaguicidas en sangre humana…

Después de más de dos años sin respuesta, se hizo una nueva presentación ante el presidente del Consejo de Administración, doctor Carlos Kambourian, el 23 de agosto de 2017. Aún sin respuesta.

No tengo dudas de que la decisión de tratar esta problemática como institución, es política y, lamentablemente no creo que las autoridades lo hagan; pero ¿qué pasa con los compañeros médicos? A ellos es la apuesta, a ellos -no sólo los del Garrahan- son sobre todo dirigidos los ateneos, a su pensamiento crítico y a los niños y sus familias, claro.

Me sigo preguntando: ¿qué recomendación se debería dar a los padres y hermanos de un paciente que ya enfermo, si es el ambiente tóxico lo que probablemente puede haberlo enfermado? ¿No se debería aconsejar de manera preventiva?

¿Cómo se explica que se produzcan varios casos de cáncer infantil –algunos habituales en adultos- por mencionar una de las patologías, en una pequeña ciudad, con enfermos que son alumnos hasta de la misma escuela y no se avance más allá del tratamiento de la enfermedad, sin emitir a las autoridades que correspondan un enérgico pronunciamiento sobre la situación, sobre la que al menos se debería sugerir investigar para descartar si hay algún factor de riesgo ambiental que podría estar enfermando gravemente a la población?

¿Cómo pueden desconocerse los distintos relevamientos sanitarios realizados por Universidades como UNR (Rosario), UNLP (La Plata), UNC (Córdoba) en distintos pueblos del interior que marcaron un fuerte alerta sobre cómo ha cambiado en estas últimas décadas la forma de enfermar y morir de las poblaciones más afectadas por el modelo productivo?.

De silencios y soledades

Las poblaciones están solas, las víctimas con su salud quebrantada y aún peor, los familiares de los que han perdido su vida, como Nicolás, José, Rocío, Joan, más solos todavía, soltados de una mano que quienes debían defenderlos jamás les tendió y se encuentran ante un enemigo envalentonado que sigue sosteniendo –donde sea- que los venenos son casi tan inofensivos como “el agua con sal” o menos nocivos que el agua caliente del mate mañanero.

Creo que producida la enfermedad es claro que debe tratarse, pero ante la profundización –aún más- de un modelo que envenena, enferma y mata no tengo la menor duda de que debería existir una acción clara y prioritaria para terminar con este experimento tóxico de una vez por todas y que el derecho a la salud y a un ambiente sano, debe prevalecer por sobre la codicia y el dinero.

¿Alguien cree de manera sensata que esto se controla ocupándonos sólo de la enfermedad y con la utilización de más y nuevas drogas, en muchos casos elaboradas por los mismos laboratorios que fabrican los venenos que están esparciendo? ¿A costa de qué? ¿A costa de quiénes?

Creo que los agentes de salud NO somos responsables de la instalación de esta guerra química (y digo guerra porque varios de los compuestos utilizados fueron creados y usados antaño como potentes armas de guerra) y que hay responsables políticos que en algún momento, sin duda, deberán responder judicialmente por el delito de causar semejante daño; pero sí creo fehacientemente que como trabajadores de la salud -y sobre todo, insisto, los médicos- tenemos la responsabilidad ineludible de NO mirar para otro lado ante semejante daño a la salud, de tenderle la mano a los damnificados, de defenderlos, de cobijarlos, de escucharlos, de asistirlos, de prevenirlos, de cuidarlos y sobre todo acompañarlos ante tamaña agresión.

(*) Enfermera profesional. Cuidados Paliativos. Hospital Garrahan.

Edición: 3460


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