Niñez, hambre y olvido wichi

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Por Silvana Melo
(APe).- El 22 de noviembre se murió Fredi Sánchez. Tenía apenas un año y ocho meses, era wichi y vivía en Misión El Chañar, en la Salta multiétnica. Estaba desnutrido y su cuerpecito mínimo es un punto apenas en la eternidad de la historia originaria confinada al olvido. Donde el estado deposita el residual de la cultura cuando fracasan el Ministerio de Salud, el de Primera Infancia, y el convenio con Conin, del indecible Abel Albino; cuando el monte claudicó ante la topadora del agronegocio y se llevó el almacén, la farmacia y la casa de los espíritus. Fredi Sánchez era vecino de las comunidades de Misión Chaqueña, de Morillo, de Carboncito, donde los niños crecen hasta ahí, hasta que son conscientes de que el futuro tiene techo y después. A veces intentan buscar la fisura y otras fuman lo que encuentran, inhalan nafta o se prenden fuego como hace unos años los chicos partían en Morillo.

Rodolfo Franco es médico en Misión Chaqueña. Atiende en una salita a 50 kilómetros del hospital de Embarcación. En el camino de tierra, entre barquinazos, habla con APe y responsabiliza: “el Estado permite que se desmonte; ellos son cazadores y recolectores. Los wichi son una de las etnias más abundantes en Salta”. Entonces enumera la multiplicidad de la provincia más pluriétnica del país: “aquí hay qom, toba, wichi, weenhayek, guaraní, coya, diaguita; como Bolivia, Salta es pluricultural y multiétnica” y “gobierna siempre una minoría blanca que tiene en pésimas condiciones a los originarios”.

Los Fredi Sánchez nacen y sobreviven apenas “con servicios básicos de salud, con agua de pozo” que no tienen a mano sino que “a veces tienen que caminar dos o tres cuadras para acarrear bidones de agua de 20 litros; si son dos, pesan 40 kilos y las mujeres tienen que hacer ese trabajo para lavar, cocinar, bañarse, bañar a los chicos, y con agua que no es potable”. Los bidones “generalmente son de glifosato. Lavados, pero de glifosato”.

Los Fredi Sánchez que superan el año, los que pueden superar la diarrea, el shock séptico, la neumonía multifocal, la escasa nutrición, la madre a la que no le da el cuerpo, sobreviven con la ausencia del monte “que era como un almacén”, define el médico. “Allí cazaban, pescaban, recolectaban frutos comestibles, encontraban sus medicinas”.

Ahora, relata Franco desde el camino, “queda muy poco monte, está desmantelado, se han introducido animales que no son de acá como el chivo o la vaca, que compiten con las personas en comerse las frutas del monte y las medicinas”. Cuando van a buscar el poco alimento que queda “ya han pasado las vacas y los chivos y no han dejado nada”.

“Ellos tienen gallinas, patos para consumo pero les cuesta mucho porque no tienen recursos para un emprendimiento. Con eso de vez en cuando se sacan el hambre” porque “lo habitual es que pasen hambre”. El médico sonríe amargamente cuando recuerda al ministro de Salud que se está yendo junto al Gobernador de la bella familia y las fotos de revista Hola: “dijo hace un par de años que los wichis comían una sola vez al día por una cuestión cultural”.

A fines de noviembre un decreto de la gobernación habilitó la caza del caraguay o iguana colorada y la venta de sus cueros. Es la época en que esos animales asoman a la vida. El decreto 820, interpretan muchos en la provincia y el doctor Franco es uno de ellos, asoma como las iguanas en el verano, con la intención de aliviar el hambre de los wichis del Chaco salteño. De los Fredis Sánchez que se van muriendo silenciosamente, sin engordar las estadísticas salvo cuando uno de ellos trasciende inexplicablemente y aparece en los medios y obliga a una explicación que siempre es insuficiente y a veces roza la obscenidad.

“Es un alimento tradicional de ellos”, explica el doctor Franco. “Usan como medicamento la grasa de iguana”. Pero “tampoco puede ser un plato exclusivo”. Antes “había un ciervito muy bonito que se llama corzuela o guazuncho, que era muy rico y nutritivo pero casi no quedan. Ellos los cazaban con arco y flecha, los blancos, a balazos”.

Cuando al consultorio llega un niño con signos de desnutrición, “se deriva a Embarcación, que es el Hospital más cercano, a 50 kilómetros. Y empiezan a darle alimentación especial, vuelve con un plan de más aporte de leche. Y más consejos a la madre y controles del médico”. Pero “hay una desnutrición que no se registra tanto porque a la madre le da mucha vergüenza decir que no tiene para darle de comer a los chicos”. Entonces “evitan venir al médico. Inclusive en personas grandes: hace poco atendí a una chica de 25 años, muy desnutrida, inclusive con tuberculosis, que no quería decir nada, no quería consultar, porque le daba vergüenza contar que no tenía comida en la casa”.

Esa dignidad extrema al límite de la vida es la “cuestión cultural” que los dirigentes criollos definen al borde del desprecio.

Con 42 años en la medicina Franco ve a los niños crecer “felices” en la comunidad. “Juegan trepando a los árboles, comen pajaritos que cazan y cocinan ellos mismos en una fogatita, van a la escuela como pueden, son felices porque ven poca televisión…” pero hay un momento en que caen las sombras. “Llegan a la adolescencia y tienen el techo de la educación que pueden alcanzar, no pueden salir porque no hay dinero, se dan cuenta de que el futuro es negro. Y empiezan a tomar”.

Por eso “estamos tratando de conseguir futuro para los jóvenes. Tenemos un terciario en magisterio, nos reunimos con algunos de ellos y logramos que se anotaran para estudiar en la universidad, conseguimos cupo en un albergue”. Sabe que es mínimo. Que la mayoría quedará en el camino. Pero es una semilla que empieza a sembrarse. Como la red de agua que están tramitando porque de marzo a noviembre no llueve jamás por Misión Chaqueña, por Misión El Chañar. Y cultivar una chacrita en invierto “es imposible” dice el médico que no sólo cura las heridas del cuerpo.

Entonces “estamos viendo si podemos lograr que instalen una red para que se puedan alimentar, bañar y tener una chacra y eso cambiaría la salud, la alimentación, la economía”. Cambiaría la vida. Para que arranque de una vez el futuro como en los primeros tiempos de la historia. Para que el fuego deje de consumir a los pibes como en Morillo. Y el agua buena parezca de cristal.

Edición: 3895

 


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