La Argentina pudo haber sido al revés… (I)

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CEPEDA, 200 AÑOS DESPUÉS

Por Carlos del Frade

(APe).- Desde Buenos Aires, mimada por el imperio inglés y por los portugueses en su plan de aniquiliamiento del artiguismo, José Rondeau, en los días finales de diciembre de 1819, doscientos años atrás, recibió la carta de San Martín. Rondeau le pidió que bajara con su ejército para destruir las montoneras de López, Ramírez y Artigas. El general guaraní se niega. Sueña con la Patria Grande y por lo tanto trabaja en su plan de liberación del Perú. Rondeau, entonces, sabe que, por ahora, Buenos Aires no podrá ser la rica capital de un país que todavía no terminó de hacerse pero que se perfila como una colonia de los mandamases del planeta. En diciembre de 1819, doscientos años atrás, la Argentina pudo haber sido al revés…

En enero de 1820, en España hay revueltas populares contra Fernando VII. Los coroneles Quiroga, en Alcalá de los Gazules, y el comandante Rafael de Riego que tenía a su cargo 20 mil hombres destinados a destruir la insurrección en las Provincias Unidas de Sudamérica, el prólogo de la Argentina, se rebeló en Cabezas de San Juan y proclamaron la constitución liberal de 1812. Ya no habrá invasión española a estos atribulados arrabales del mundo…

El 8 de enero de 1820, Francisco Fernández de la Cruz tiene la orden de llevar adelante lo que San Martín no quiso. De la Cruz tiene que reprimir las montoneras federales. Belgrano también está en contra: “Es urgente concluir con esta desastrosa guerra. Ponerle fin…”, escribe el revolucionario obsesionado por enarbolar en la vida cotidiana la bandera de la igualdad. Cantan los cielitos de entonces: “la guerra es contra el pobre… porque no tiene descanso… tiene que vivir descalzo… porque no merece un cobre… se levantan montoneras… a causa del mal manejo… porque esto no es el espejo… de la patria verdadera… quisiera que diga el orbe… y todos los gobernantes… que la soga más tirante… la han de poner para el pobre… no le han de dar aunque sobre… ni un pedazo de mestizo… viendo de que es tan preciso… para el pobre la piedad… verán gran iniquidad… si abren los ojos con juicio”…

El 7 de enero de 1820, el ejército Auxiliar del Norte, a cargo del general De la Cruz, acampa a pocas cuadras de la posta de Arequito. Al filo de la medianoche, los regimientos a cargo del general Paz y del coronel Alejandro Heredia se ponen a caballo, ubicándose a la derecha del campamento. A la izquierda tomarán posiciones dos tercios de los Húsares y en el centro, los Cuerpos segundos, a cargo del brigadier Juan Bautista Bustos y el 10° de Infantería. No reprimirán a las montoneras. No serán títeres macabros de los intereses de Buenos Aires…

Arequito, 8 de enero de 1820. Bustos grita la clave de las mayorías populares de aquellos días fundantes de la nueva nación sobre la faz de la tierra, “¡Viva la Federación!” y se convierte en el líder político de la asamblea de Arequito. Ese ejército que sangró con San Martín y las guerrillas de Güemes no matará paisanos montoneros. Es el momento histórico en el que Buenos Aires no maneja los hilos como pretenden sus hacendados, comerciantes ni tampoco el imperio inglés. Las mayorías populares que pelearon por la independencia buscan construir un federalismo de verdad…

La sublevación de Arequito “ha sido uno de los episodios de mayor trascendencia en nuestro pasado histórico, aun cuando sea ignorado por gran parte del pueblo argentino”, escribió M. Núñez, en 1975. Tiene razón. El líder de aquella asamblea, Juan Bautista Bustos, diría con claridad: “La voz general de los pueblos mucho tiempo hace que llegó a mis oídos y sus quejas habían penetrado demasiado mi corazón. Me enseñó también la experiencia, el diferente trato y la diversa correspondencia que merecían los hijos de las Provincias interiores por más relevantes que fuesen sus servicios, su aptitud y sus talentos…”, sostuvo quien sería el gobernador de Córdoba.

“Las facciones que se han alternado en Buenos Aires desde el 25 de mayo de 1810 arrebatándose el gobierno las unas a las otras, se creyeron todas sucesoras legítimas del trono español respecto de nosotros y con un derecho ilimitado para mandarnos sin escuchar jamás nuestra voluntad…. las armas de la Patria, distraídas del todo de su objeto principal, ya no se empleaban sino en derramar la sangre de sus conciudadanos, de los mismos cuyo sudor y trabajo les aseguraba la subsistencia”, escribió Bustos, el líder popular de Arequito. Buenos Aires estaba muy débil. Doscientos años atrás, esos días podrían haber definido un futuro diferente para lo que después sería la Argentina.

Edición: 3920

 


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