La nueva triple alianza y otra solución final

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Por Alfredo Grande

(APe).- La guerra de la triple alianza, denominada también la guerra grande en Paraguay, empezó en 1864 y terminó en 1870. Paraguay fue derrotado y conllevó también un desastre demográfico. Según las distintas fuentes, el país perdió entre el 50 % y el 85 % de su población y quizá más del 90 % de su población masculina adulta. En algún momento, la lógica de la guerra dio paso a la lógica del exterminio.

A mi criterio, el fascismo se define por la eliminación de uno de los términos del conflicto. Hasta en la guerra se tipifican crímenes. La minoría es juzgada. Y una minoría de la minoría es condenada. En la Argentina, el eufemismo de “guerra sucia” pretendía encubrir lo que fue matanza y cacería. En el código de justicia militar no existe la figura de la obediencia debida. Me lo explicó el coronel Ballester, integrante del Centro de Militares para la Democracia (CEMIDA). Lo conocí en Cuba y supimos ser amigos y compartir micrófono en el programa radial Mate Amargo. Hay derecho a la desobediencia cuando las órdenes son aberrantes.

Obviamente, hay que tener el coraje y la entereza de sostenerlo. Los integrantes del Cemida los tuvieron y tuvieron terribles represalias. De esa historia poco y nada queda. Hoy la obsesión del poder burgués es cerrar la grieta. O sea: anular las contradicciones insalvables entre los diferentes sectores del gran capital. No creo que por temor al aluvión zoológico que agitaba la oligarquía, ni por el horror al aluvión migratorio que desvelaba a los militares y a los energúmenos de la acción católica.

La grieta grita la debilidad de los capitales productivos híper concentrados ante la pandemia del poder financiero. El ASPO y la DISPO lograron aplanar la flecha del tiempo. El horizonte quedó fijo y dejó de alejarse al caminar. Por la sencilla y terrible razón que no se pudo caminar más. Hemos sido los hámsteres en la ruedita que gira de casa al súper y del súper a la casa. Y eso en el mejor de los casos.

Pero la pandemia no fue causa. Fue uno de los terribles efectos de lo que he denominado “gestión digital planetaria”. Donde una minoría de la humanidad se dedica en forma cruel y cobarde al exterminio sistemático de la mayoría de la humanidad. Claudia Rafael y Silvana Melo lo pueden escribir de tal forma que la cultura represora es perforada. “La ausencia de futuro cincelada en serie por el capitalismo no necesariamente los resigna a la mera supervivencia. Pero los coloca con una sistematicidad terca al borde de los acantilados. Les oxida las utopías. Y les malgasta los sueños. No fue la pandemia la que los dejó desnudos y expuestos. Ya lo eran. Estos pibes y pibas que no se cuidan ni cuidan, como pontifican los grandes discursos acerca de los visibles, no fueron cuidados nunca. Porque nadie los ve”.

Ciegos, sordos, mudos, los exterminadores se comunican por códigos secretos del espionaje legal e ilegal. Si como decía el poeta, “nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, sepamos que hay colores reaccionarios, masacradores, exterminadores.

Veamos el color de este continuador de la guerra de la triple alianza, pero ahora en el formato de la democracia restitutiva. “El abogado y referente del Partido Colorado José Ocampos denunció al Servicio Paz y Justicia (Serpaj) y otras organizaciones no gubernamentales de formar parte del soporte del grupo criminal Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), apuntando también contra medios de comunicación que emplean campañas mediáticas contra los miembros de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC)”. Heredero de los genocidas que sostenían la cosmovisión delirante de la campaña anti argentina en el exterior. Pero la derecha siempre tiene razón, aunque es una razón represora. El Ejército del Pueblo Paraguayo enfrenta con un coraje similar al que tuvieron los soldados del ejército que enfrentó a la triple alianza, a las políticas de un gobierno criminal. La Gremial de Abogadas y Abogados convocó a una conferencia de prensa donde se confirmó que Lilian Mariana y María Carmen Villalba, de 11 años, fueron detenidas con vida y luego ejecutadas por las Fuerzas de Tareas Conjuntas del Ejército Paraguayo. Detenidas: en realidad secuestradas. Ejecutadas: en realidad asesinadas.

Supongo que las abogadas y los abogados de la Gremial también son criminales para el fascista paraguayo. O en la vieja terminología: delincuentes subversivos. Luego se prohibió decir subversivos y fueron terroristas. Pero si la versión es la criminalidad del fascismo, la subversión es la única forma de enfrentarla. La más difícil, la más valiente.

Los fascistas saben que una de las fortalezas, pero también de las debilidades de los combatientes, es la familia. Y saben pegar donde más duele. Yo creo que no podemos pensar, ni sentir, ni imaginar, el horror de esas dos niñas cuando fueron secuestradas.

Los crueles y cobardes verdugos que las arrastraron son los mejores hijos de la cultura represora. Que la caretea mientras puede con los disfraces de las democracias de carnaval. Pero las dos niñas, María Carmen y Lilian Mariana, sufrieron el horror de los horrores. ¿Habrán podido mirarse, acariciarse, consolarse, abrazarse? Tengo la espantosa convicción de que sabían lo que iban a sufrir, sabían que nunca más volverían a ser niñas.

Acuerdo en que es un infanticidio de Estado. Pero no el único ni el primero. La brutalidad criminal del fascismo no debería ser coartada para las políticas económicas de las democracias restitutiva. El pago de la estafa externa también es infanticidio de Estado. “Les oxida las utopías” escriben Silvana y Claudia.

Para la Gremial de Abogadas y Abogadas, para el Serpaj, es un enorme orgullo que el fascismo se ensañe con ellos. Y José Ocampo tiene razón en acusarlos de ser soporte. Porque eso es lo que necesitamos. Ayudar a soportar sin quebrarnos las injusticias, las crueldades, las torturas, las diversas formas de exterminio. No seamos ciegos y sigamos mirando a esas niñas en su terror sin fondo. La culpabilidad es del fascismo. La responsabilidad de enfrentarlo es nuestra.

Y como tantas veces en mi vida, no estoy a la altura de estas desgarradoras circunstancias.

Por eso quiero dejar que Carmen Villalba, en palabras que publicó Pagina 12, me exima de concluir este texto. Como escribió Antonio Porchia, “convénceme sin palabras, las palabras no me convencen más”.

Las mías no me convencen, las de Carmen, escritas desde el Pabellón 2 de la Cárcel del Buen Pastor, me convencen. “Lichita, mi indiecita irreverente ¿dónde estás? Silencios, indiferencias y claudicación no toquen a mi puerta, hoy la contienda nos necesita con la palabra, la pluma y el hacer certero de la lucha, con la mente sobria aunque el corazón este sangrando. Lichita, ¿dónde estás? Que no te trague el silencio abrumador de las bestias que te hieren, buscando el tiro certero contra la niña insumisa que nació en cautiverio con los ojitos abiertos dando sus primeros pasos en prisión a los 10 meses. ¿Lichita dónde estás? Desde donde estés sacúdete de tus amarres, no te des por vencida, no olvides que para vos nunca fue opción dejarse morir. Indiecita guaraní, no habrá montañas ni cerros que te traguen. El pueblo en lucha te arrancará desde donde estés”.

Edición: 4148


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