El sábado, el frío, el niño, la calle

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Por Silvana Melo
  (APe).- Una imagen urgente, al paso del vehículo por Vélez Sarsfield, la oscura avenida de Barracas. Sábado por la mañana, gris, desalentado. Una lluvia como para siempre descarga rejas que hay que cortar para seguir. Una foto suave que dura 20 segundos. Apenas el transcurrir fugaz por Caseros y verlos. El flaco manipulando una caja de bananas que funcionaría como alacena. Y el niño, diminuto, puesto sobre el colchón, cubierto por una manta. Hace frío. El invierno eligió depositar su humanidad en este sur desairado el sábado. El primer día de aislamiento estricto para intentar acorralar al virus en desbande.

La ciudad está desierta y el niño, breve y de ojitos chinos, habrá pasado la noche en la ochava de la pizzería cerrada de Vélez Sarfield y Caseros. No pudo quedarse en casa. Está con su padre en la intemperie feroz de este tiempo. La foto frágil –tan frágil como él- no incluye a su madre quién sabe por qué. Estaría buscando un baño, una leche, un desayuno, un retazo de vida que alguien abandonó en un container, un gorro de lana o un sueño pequeñito que la sostenga hasta mañana, el domingo, por lo menos. O tal vez no esté.

La ciudad es enorme y no hay nadie. A unas cuadras, debajo de la autopista, duermen varios en colchones húmedos. El día en la calle es para dormir. Cuando se apagan algunos fantasmas. Y salen otros, con móviles oficiales. Pero en Caseros y Vélez Sarsfield están ellos solos. Solitos. El niño brevísimo que no entiende de los nuevos coronavirus ni de que a las seis de la tarde se termina la vereda. Su calle es permanente, como el cielo y los huesos. Tendrá frío y juntará tos y mocos que se irán cuando la providencia decida, si es que algún dios pone los ojos sobre él, tan atareados que los tienen los poderosos del mundo.

Llueve este sábado y no tiene piedad. Sólo los esenciales pueden estar en la calle. El flaco y el niño no son esenciales para nadie. Apenas el uno para el otro. Son delincuentes para la policía, fastidios para los funcionarios, camas derrochadas para los hospitales, seres sin voto para los candidatos, polenta y fideos para la acción social, ningunos para el estado.

El maneja la caja de bananas con su escaso capital. El niño lloriquea por algo. O por todo. Hay un fin de semana largo por delante. Todo está cerrado. No hay comida cerca. No hay certeza ni abrigo ni esperanza.

Y para la tarde se espera el viento grande.

El torbellino en el suelo. Y la gran ira que sube.

Las fotos son ilustrativas

Edición: 4324

 


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