La niñez como peligro o el mundo como amenaza

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Por Valeria Llobet, especial para APe (*)

(APe).- El virtual “cierre” del mundo, con un 70% de la población mundial en alguna forma de aislamiento y/o encierro, presenta múltiples aristas de análisis. El miedo, la solidaridad, la sensación apocalíptica de “fin”, la angustia de lo que puede sobrevenir una vez se “reabra”, la angustia de un día a día en el que ya no hay comida en la mesa. ¿Cómo se ven esos procesos históricos cuando los miramos al ras de la mirada de les niñes? ¿Qué luces aporta pensar la casa, ese lugar esforzadamente construido como espacio de protección e intimidad, con ojos de niñe?

El encierro y la restricción de la deambulación como práctica de cuidado y tecnología de control no es, en estricto sentido, una novedad. La intensificación del uso de automóviles durante el siglo XX, por ejemplo, implicó uno de los primeros peligros masivos de los que se debe proteger a les niñes, los recogió al interior de la casa y dificultó los desplazamientos autónomos infantiles. Aún antes, a inicios de siglo XX, la presencia de niños y niñas en las calles los transformaba en amenazas al orden social y así, era tratados por las agencias de control social como “menores”. Al mismo tiempo que tales percepciones sobre el riesgo transformaban a los chicos de las clases trabajadoras en peligrosos a partir de su deambulación, las normas informales impuestas por los dueños de los conventillos hacían que fuera imposible para ellos quedarse en sus piezas cuando sus madres y padres salieran a trabajar, en un interminable círculo vicioso. La casa, la privatización de les niñes, era así un dispositivo de producción de diferenciaciones y jerarquías entre niñes, que fue representado con la producción de la dicotomía “menores/niños-alumnos”.

La imagen de la casa como espacio de protección es así controvertida. A partir del acceso a las tecnologías, es puerta de entrada al escenario global y a unas autonomías, desplazamientos y peligros virtuales que tomaron por sorpresa a cuidadores y a investigadores. A la vez, el desvelamiento de la realidad del abuso sexual y diferentes formas de maltrato permitió ver que la casa es precisamente uno de los espacios de mayor riesgo para niños y niñas.

Las jerarquías sociales y morales también encontraron en la casa un escenario propicio. Las mujeres obreras, muy frecuentemente madres solas, debían cumplir múltiples regulaciones morales para acceder a ayudas materiales. No permitir que entren hombres a sus casas, no salir de sus casas por las noches, fueron normas utilizadas tanto por las instituciones como por las regulaciones microscópicas de las vecindades, con enormes consecuencias en las posibilidades que las mujeres tenían para criar solas.

Cuando decimos que la infancia es una construcción socio-histórica, no estamos meramente recitando por enésima vez el cuentito de Ariès. Estamos diciendo que todo análisis tiene que considerar las situaciones histórico-sociales en las que tales infancias tienen lugar. No hacerlo, hablar de “los niños” en abstracto es una vía para invisibilizar heterogeneidades y desigualdades, lo sabemos.

¿Qué sucede con les niñes que comparten la cuarentena con sus abusadores? ¿Qué sucede con aquellos que viven hacinados en pequeños departamentos de clase media con ventanas a un pozo de aire? ¿Qué, con aquellos cuyo hacinamiento es directamente una NBI y pasan la cuarentena en la canchita de la villa? ¿Qué sucede con sus cuidadores? ¿Cuánto cuidado puede proveer una persona que cría sola a un niñe pequeño cuando al sacarlo para comprar alimentos es echada del supermercado como mala madre? ¿Cuál es su relación con la cuarentena como política de cuidado? Cuando niñes y adolescentes dicen que acuerdan, ¿eso quiere decir que comprenden que la norma es necesaria, o que no quieren salir porque el mundo se transformó en una amenaza? ¿vamos a tratarlos como peligrosos, esta vez por acarrear un enemigo invisible y microscópico, así como un siglo atrás eran peligrosos por acarrear el enemigo invisible de las ideologías anarquistas y socialistas que atentaban contra el orden social?

Comencé a escribir estas líneas hace cinco días. Varias veces intenté infructuosamente desarrollar alguna idea, interrumpida por hijas, perro, gatas y dificultad de concentración. Mis condiciones de cuarentena son privilegiadas, aunque esos privilegios deberían ser derechos. El 40% de chicos y chicas del país no está recibiendo educación con regularidad. Una cifra semejante y creciente no está recibiendo alimentación adecuada, un número invisible está siendo víctima de violencias intrafamiliares, como destinatarios directos o secundarios a la violencia contra sus madres. Muchos están tramitando como pueden el estrés y el temor al que nos enfrentamos como sociedad. Si algo podemos aprender en este difícil contexto es que lo que hace la diferencia es una mirada atenta y generosa, comprensiva de las dificultades materiales y subjetivas para gestionar una cotidianeidad tan alejada de lo habitual, una mirada solidaria que permita a les actores sociales enunciar su voz y sus necesidades, y una posición que analice todas las opciones a la luz del bien común.

Mirar con ojos de niñe puede también ser encontrar los insterticios para hacer andar el mundo de otra manera. Y abrir la puerta para ir a jugar.

(*) Investigadora del Conicet, docente de grado y posgrado en la Universidad de San Martín.

Edición: 3988


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