El futuro saqueado

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Por Silvana Melo
  (APe).- No les alcanzan las maletas ni los bolsones para acumular tanto futuro robado. Exiliado. Saqueado. Décadas han pasado ya del inicio de aquel menemato que impuso dos o tres mojones que nadie levantó en treinta años. Los pibes de aquellos días ya llegaron a la etapa vital en la que no se consigue trabajo por edad y faltan casi veinte años para una jubilación que quién sabe si existirá cuando lleguen a la meta. Les robaron el futuro y nadie lo devolvió para que sea un horizonte para los pibes éstos, los que viven el desencanto absoluto, la individualidad en que los ahoga un sistema atroz que no ofrece nada, salvo la cabeza bajo el agua para experimentar que aún hay algo peor que un mañana de cinco minutos, con frontera en la próxima comida o en el faso en la esquina.

¿Se puede hablar livianamente de la derechización de los adolescentes y los jóvenes que se vistieron de negro y entonaron los cánticos de Milei en Parque Lezama con el puño derecho en alto? ¿Hay derecho de acusar a los pibes de la villa 31 por haber votado al esperpéntico libertario? Los pueblos votan verdugos sin la conciencia de que pueden perder la cabeza. Si la rebeldía se volvió de derecha, es porque las izquierdas no supieron enamorar. Fundamentalmente las seudoizquierdas con posibilidad de poder electoral, como un sector del PJ. Nadie podría, lúcidamente, asegurar que una coalición encabezada por Cristina Fernández, Alberto Fernández y Sergio Massa es de izquierda.

También es una simplificación falaz pensar que la pobreza vota a la izquierda. Javier Milei logró el 15% de los votos en la Villa 31. Y otro tanto en Lugano y en Soldati. Que tampoco son de derecha. Tanto esa pobreza como esa juventud que acompañó al economista están enojados. Rabiosos. Porque hace décadas que les roban el futuro y ya casi no quedan restos en el bolsillo. Ni en la bolsa de los mandados.

Los adultos –los que fueron a votar- dejaron el voto en la urna ácido de indignación y desencanto. Los jóvenes –los que fueron a votar- dejaron el voto en la urna opacado por la decepción y el desprecio. No votaron a Vidal ni a Santilli. Le quitaron la confirmación a quienes les prometieron oros y moros para después multiplicar la pobreza y se sacaron fotos de fiesta cuando el resto se encerraba por miedo al virus y perdía el trabajo y todo resto de esperanza. Como en 2019 fueron a votar para que se fuera quien había vuelto al FMI para endeudar al país por mil años pero, fundamentalmente, había vaciado la capacidad de subsistir en gran parte de la población.

No son ni de izquierda ni de derecha. No son Pro ni Ka. Hay mucha soberbia desde quienes encasillan ideológicamente las reacciones de las personas en desesperación. Que ven en llamas el futuro propio y el de sus hijos.

Los hoy adultos crecieron alrededor de terremotos espasmódicos que redujeron la economía a un juego de mercado y de poder. Mientras millones fueron apenas padecientes. Los niños de hoy parecen tener el mismo destino. Les robaron el futuro a sus abuelos y a sus padres. Que no tuvieron utopía ni revolución a la vuelta de la esquina. Sólo condena y porvenir cortado a diez minutos. A la hora de comer y de tener cama donde echar los huesos cuando el cansancio vence.

En estas horas ellos asisten, sin entender qué pasa, al derrumbre a pedazos de la coalición que gobierna. La rabia del voto de los airados fue tal que implosionó en el centro mismo del poder. mientras los otros, la derecha sin máscara, los que recibieron el mazazo genital hace apenas dos años, celebran. Nadie entiende que no hay voluntades en captura. No hay propiedad en las decisiones de la gente en espanto. Les volverá a tocar en poco tiempo. Porque la paciencia cada vez tiene el hilo más corto.

Los niños, los adolescentes, los jóvenes a ganar para una causa, la militancia potencial, se divierte con los videos de Milei en tik tok, siente que el payaso en desparpajo les dice lo que ellos quieren escuchar, habla de poner una bomba en el Banco Central –cosa con la que han soñado generaciones pero no ha mostrado viabilidad- putea como nadie, adjetiva a todos y agrega detrás un complemento –de mierda- que echa a la basura el statu quo. Milei es un antisistema, que es lo que busca un adolescente para canalizar su desprecio al mundo adulto. Antisistema también es la izquierda electoral, que hizo la mejor performance desde 1983. Pero Milei habla de libertad. Y los pibes se encandilan: sueñan con la libertad de decidir, de elegir, de ser. Milei habla de libertad de mercado.

Las chicas y los chicos hoy no pueden elegir. Ni pueden decidir. No podrán tampoco en la llegada frustrante de la adultez: no pueden elegir si alquilar o comprar casa. Si estudiar o trabajar. Si trabajar de lo que estudiaron o en un call center. Si tener un plan social o un trabajo registrado –los empleos registrados son una utopía en sí mismos-. Si dejar la vida en una changa o trabajar para la bonaerense o la prefectura o la gendarmería. O para el transa. Si enamorarse o morir bajo la propiedad de un hombre que le escrituró el cuerpo.

Las chicas y los chicos crecieron sufriendo los cuatro años de una derecha explícita que los ignoró y de una presunta centroizquierda que no cambió absolutamente nada. Pandemia mediante, se atoró en una inflación que no se detiene ante nada, un salario que cayó estrepitosamente y el descontrol de los precios. Fábricas de hambre y pobreza, las únicas eficientes y productivas de estas tierras en estas horas.

Con la decisión ortodoxa de pagar los intereses de la deuda –el 22 de setiembre sale la primera sangría- que fue ilegítimamente tomada por la derecha y será honrada fatalmente por la centro izquierda para consolidar esas bases que las vinculan. Después de quejarse profusamente por lo heredado, en campaña y antes también.

“El pueblo no necesita que su gobierno se queje y culpe a su antecesor. Es votado para que mejore su situación, por eso fue elegido, para dar soluciones. Para quejarse, ya está el pueblo”, dijo Eva Duarte, citada por Estela Pereyra en Socompa.

Tienen que pensar, también, los niños y las niñas, los adolescentes, que un apoyo a la derecha triunfante y a la derecha esperpéntica (no se diferencian demasiado), será un bumerán. Ambas, postergantes de todo lo que sea mayorías en pobreza, minorías sexuales, colores de piel, olor a humo villero, cejas con corte en el medio, capuchas y gorritas.

La hegemonía concedida a estas alianzas y agrupaciones legitima la intolerancia.

Los niños y las niñas y los adolescentes están en el medio de un terremoto político y económico más, de aquellos que vivieron sus padres y sus abuelos. Y que les transmitieron en el mate cocido de la mañana y en la puteada nocturna. Y en el llanto a escondidas. Nada cambia en esta historia.

Ellos son objetos políticos y de derechos. Muñecos de plastilina manejados por ONGs, instituciones y ministerios para fotos, infografías y promesas.

Ellos deberán ser sujetos políticos transformadores, que puedan cincelar su propio futuro, después del saqueo sistemático de amaneceres al que fueron sometidos por generaciones. Para eso habrá que esquivar las piedras y las esquirlas del derrumbe. Y trabajar con ellos en una construcción de sentido. Un nuevo sentido de la vida para que se pueda expropiar el futuro a los depredadores.

Edición: 4389


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