Lluvia

|

Por Carlos del Frade

(APE).- Santa Fe, otra vez, está bajo agua. A menos de cuatro años del desborde del río Salado que se devoró la tercera parte de la ciudad capital del segundo Estado argentino, casi treinta mil habitantes están evacuados, la mayoría de ellos son los mismos castigados de la vez anterior.

Cuando todavía andan los vecinos de los barrios Chalet, Santa Rosa de Lima y San Francisquito intentando que algún juez provincial les tome la denuncia contra los responsables políticos de haber pagado 25 millones de dólares por un terraplén que nunca terminó de construirse en una franja de ochocientos metros y por la que se coló el agua marrón; el agua ha brotado desde las alcantarillas y bocas de tormenta porque al crecer el Paraná sus efluentes no pueden volcar su carga. Y el agua debe salir y lo hace hacia arriba.

-¿De dónde viene esta agua? -preguntaba una señora con las piernas hundidas mientras arrastraba con las pocas fuerzas que le quedaban, un bote en el que llevaba un fajo de ropa y poco más.

Es una pregunta simple y profunda. Nadie explicó eso.

Los funcionarios repiten que se trata de una lluvia inusual, que cayó en cuatro días la misma cantidad que se espera en un semestre, que la culpa, en definitiva, es de la naturaleza, del demonio que se esconde en el agua.

-Por segunda vez perdí todo -sostuvo un hombre cuya edad es imposible de augurar por el tamaño de la tristeza que deforma su cara.

-¿Tiene fuerza para seguir adelante? -pregunta el periodista, con honradez y sincera compasión.

-No, ya no -contesta y elige bajar la cabeza para perderse sobre lo que alguna vez fue una avenida.

La provincia que exporta más de seis mil millones de dólares al año no tiene colchones ni comida para su población.

Los caminos se hunden y los diarios hablan de las pérdidas económicas.

Nadie intenta mensurar otros costos: “¿Cuándo la voy a ver a mi mamá? ¿Sabe algo, señorita?”, le pregunta una nena de diez años evacuada en el Batallón 121, en la ciudad de Rosario, donde el agua del canal Ibarlucea se desbordó porque no se hicieron las obras que varias veces se inauguraron.

¿Cuánto cotiza la angustia de esa nena? ¿Quién la tendrá en cuenta a la hora de medir “los alcances del fenómeno”, como repiten en radios y televisión?

Los pibes juegan a la pelota con las naranjas y en el estadio cubierto de Ñuls, en las últimas horas, apareció el agua. Se desbordaron las cloacas y los desagües.

En la ciudad histórica de San Lorenzo, donde San Martín comenzó su epopeya libertaria, el arroyo contaminado por multinacionales durante décadas, desbordó por consecuencia de tanta basura acumulada. Los evacuados no son los empresarios, sino los pobres de siempre, los habitantes de los suburbios.

Hay más de media docena de ahogados y son centenares las pibas y los pibes que no tienen caramelos, ni juguetes ni ropa seca.

Maestras y maestros, curas de verdad y los ex combatientes de Malvinas, los estafados de Malvinas, son los que dan respuestas concretas en estos días de naufragio, de desidia acumulada.

Que salga el sol.

Y que cuando seque, alguna vez, habrá que prenderle fuego a tanta hipocresía.


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte