Ríos de penas y cianuro

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Por Silvana Melo

    (APe).- Se trata de separar la roca vulgar del metal precioso. Para eso se necesita veneno. Un día el veneno se escapa. De a quince mil litros. La noticia brota desde abajo. Por whatsapp. Y sale a la luz desde abajo. A pesar de las aplanadoras de arriba. Dicen que la sangre no llega al río. Y que el cianuro tampoco. Los que lo dicen son siempre los mismos. Habrá que no creerles, alguna vez.

Un cuarto lleno de oro y plata les prometió el inca Atahualpa a los españoles de Pizarro. Casi 12 metros de largo, siete de ancho y tres de alto para atiborrarlo de oro, a cambio de su libertad. Pizarro salivaba ríos en su hambre de poder. Sus sueños eran dorados como el vientre de los cerros. La sangre y la traición también.

Atahualpa llenó su habitación de presidiario con oro y plata. Pero la pizarría, la voracidad de la conquista, el oleaje de quinientos años que salpica estas costas aun en este siglo, lo asesinó de todas maneras. La vida de Atahualpa no valía nada. Ni un vestíbulo de pepas y lingotes. Como poco valen los pájaros, las flores y la vida buena de tanta gente para ciertas mineras auríferas. Que necesitan cianuro para despegar el oro de las piedras. Como el veneno que necesitaba Pizarro para convertirse en rey.

La Barrick Gold es algo así como el paradigma de la agencia del imperio. Una transnacional del trópico, como la United Fruit de las bananas. Pero en este caso, del oro. Una sucursal de la conquista, pero en el tercer milenio. A la Barrick pudieron cerrarle tranqueras en Esquel y en Famatina. Pero explota la mina Veladero en San Juan y pelea por un ambiciosísimo proyecto (Pascua Lama) que implica a Argentina y Chile y hace peligrar el agua de los glaciares con su acechanza de cianuro. Siempre en busca de la panza de la tierra, debajo de los cerros, donde se esconden el oro y la plata. Tan despojada la tierra por las sucesivas conquistas, que ya las vetas no existen más. Tan legislada la explotación para los explotantes -que pueden cargar las vísceras de la pacha y llevárselas dejando una propina escasa y un agujero desértico y un río o dos que cambió de color y de ánimo-, que para quitar lo que queda hay que volar las montañas, hacer estallar el paisaje ancestral y separar la riqueza de la roca insolente.

Mientras tanto, los diques de cola (donde se guarda el agua con cianuro irrecuperable) seguirán en su espacio para la eternidad –no casualmente en las nacientes de los cursos de agua- y tienen o tendrán fisuras por donde brotará el veneno en su camino de desquicio. Nadie garantiza que eso no suceda.

O bien, se rompe un caño, como el domingo junto al río Jáchal, con el consecuente derrame de 15 mil litros de cianuro. Que, dicen los empresarios, no llegó al río, se diluyó mágicamente y no hay de qué preocuparse. Y tanto los gobernantes como los periodistas de la masividad mediática, les creen y lo publican.

Jorge Morales, asambleísta de Jáchal, describió con docente claridad el proceso de lixiviación con cianuro en laizquierdadiario.com : “el cianuro mezclado con agua riega la tierra molida y se produce la separación. Ese cianuro se lleva los metales pesados hacia abajo y queda la tierra arriba. De una tonelada de tierra sacan uno o dos gramos de metal.

Como ya no hay vetas como en los viejos tiempos, ahora hay que moler cerros enteros para sacar un lingote”. Después del riego, dice Morales, “el cianuro se recupera en unos famosos conductos internos donde vuelve a limpiarse y se vuelve a usar. Uno de esos caños que llevaba cianuro reventó. Hasta tanto se dieron cuenta o lo pudieron solucionar estuvo cuatro horas el cianuro desparramándose por todos lados”.

El Secretario de Gestión Ambiental y Control Minero de San Juan, Marcelo Ghiglione, dijo algo así como que “el material salió del valle de lixiviación y fue hacia el río Taguas pero rápidamente se diluyó". Y el gobernador José Luis Gioja, como un miembro más del directorio dorado, se encogió de hombros y completó el cuadro: “son cosas que pueden pasar”. Daños colaterales del sistema. 

La Cámara Minera de San Juan invitó a la gente a tomarse medio vaso de agua con cianuro para probar que es inocuo.

Pero aunque el intendente de Jáchal (de apellido Barifusa) dijo que se puede tomar agua sin dramas consiguientes, la gente pidió que se cortara el suministro y agotó la existencia de agua mineral en todo el pueblo.

Suelen ser muy creíbles los socios de la Barrick.

Ayer a la tardecita, como para resguardar la imagen de independencia y rigurosidad, el gobierno sanjuanino anunció una denuncia penal contra la Barrick y que los habitantes de El Chinguillo, Malimán y Angualasto "eviten y/o limiten el consumo de agua proveniente del Río Blanco". El desliz cianurado había trascendido mucho. Demasiado.

Unos y otros aseguran que no ha muerto nadie por el cianuro de la mina en los años de explotación de Veladero. Aunque es un veneno, por si alguien lo olvida en medio de un debate insólito. Para la literatura y la historia criminal –recuerda el biólogo Sergio Federovisky- “alcanza un gramo”, equivalente a un grano de arroz, para matar a alguien. La Barrick lleva diariamente a los cerros dos toneladas de cianuro. Y utiliza 110 litros de agua por segundo. Que ya no saldrán de las canillas ni los beberán los animales ni regarán los sembradíos.

Y no se trata de retrotraerse a la era de las cavernas por decirlo. No se trata del aviso de la Cámara de la Minería, basada en la demagogia de un mundo sin celulares ni ambulancias ni pantallas led ni computadoras. Ni una casa sin mesadas ni la construcción sin caliza. Sí puede discutirse el despojo, el desierto, la muerte de animales y plantas y la contaminación a largo plazo de las personas. Que no se morirán como moscas ni llenarán de cadáveres las calles. Pero el cianuro –como el glifosato, el 2-4D, el endosulfán, el plomo- van minando los cuerpos mientras crecen y cuando ya la Barrick o sus comadres hayan terminado su trabajo de vaciamiento y estén volando otros montes en otros parajes, a la misma gente le brotarán enfermedades del cianuro y se morirá acaso de aquello de lo que no debía morirse.

Todo para que, dice Federovisky, “el 83 por ciento del oro que se extrae mediante estos procesos (lixiviación con cianuro) se destine a lingotes que duermen en los bancos o a joyería suntuaria”. Que no llegará jamás a la vida de la mayor parte de la humanidad a la que le tocó nacer en estos pies del mundo.

Y a pesar de que se trata del futuro de los pájaros, del porvenir de los montes, del mañana de los cultivos, de la encarnadura de los días en los niños y en los hombres, nada de esto se discute. Ni en los foros oficiales ni en Intratables.

Edición: 3005

 


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