Sergio

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Por Gisela Vanesa Mancuso (*)

“Otro crimen quedará…
Otro crimen quedará
sin resolver”.
“Crimen”, Gustavo Cerati

A todos los familiares y seres queridos
de las víctimas de la tragedia de Cromagnon.

(APe).- Hoy, vida.

Entre las de Alcaraz, Virgilio y Moliere, en la plazoleta Alberto Vaccareza, el fango vivo que dejó la lluvia persistente de los últimos días. Huellas de perros. De zapatos que marcan la matriz de un camino que continúa. Y las sigo: están vivas delante del umbral de una puerta.

 

Hoy, vida. El nido de un hornero sobre la rama alta del palo borracho; una hormiga que acarrea una hoja que la multiplica; el aleteo de un gorrión absuelto de la tormenta; una adolescente con mechones de pelo fucsia que entra a la casa y su perro que ladra, desde adentro y la abraza como las araucarias que se desesperan de verde por abrazarlo a Sergio y a todos los que están con él, tibios, calientes, hirviendo con el sol de este diciembre encendido.

Hoy, el cerco férreo bordea su nombre; el aniversario de un cumple veintisiete que no fue; un día y un año con una estrella, un día y un año, el 30 de diciembre de 2004, con una cruz. Hoy también su nombre en un corazón y en un hombro. En un tatuaje. En una espalda. Hoy todavía siempre un tatuaje en todo el cuerpo de los que lo quisieron. Hoy, todavía. Hoy, todavía, después de diez años, una chica le escribe poemas y lo extraña.

Hoy, vida. Una familia despliega el almuerzo sobre el tablero de ajedrez de una mesa de cal de la plazoleta. Y otra reparte en el aire el olor a mozzarella que se escapa de la caja acartonada. Y un chico toca la campana en el patio de juegos y una perra se arroja al suelo, se acuesta y una mano la acaricia y ella mueve la cola y una mano se mueve y eso es vida.

Hoy en el fango hay huellas de un andar que prosigue después de la tierra.

Hoy, cada vez que tose, por ahí muy cerca, otro chico recuerda que respiró hollín durante mucho tiempo y recuerda, recuerda y recuerda que esa noche del 30 de diciembre de 2004, después de la callejeada en Once, se surcarían las manos de él y las de su novia hasta engarzarse dos anillos que los comprometería para toda la vida. Hoy, la cara perfecta de esa joven descansa en paz, en un tatuaje, sobre el pecho izquierdo de ese chico que es hombre y allí late, late ella, late él. Viven.

Ya no latía cuando en la oscuridad le soltó la mano y la perdió y la buscó en la oscuridad y se ahogaba y salió y volvió, contra todo impedimento, al salón, a buscarla. Y corrió a buscarla y corrió y tropezó y estaba tendida en el suelo estampada de huellas que habían luchado para salvarse sobre su cuerpo, ahora oscuro, invisible, de muñeca; sobre su vida que, pronto, en un ratito más, era la de una princesa de dieciocho frente a su primer amor, al borde de colmar el vacío en su anular izquierdo.

Vida: una rama crece entre las grietas de los adoquines de la plazoleta, hasta una torre y un alfil se disputan un movimiento en la marca sobre el tablero de cerámica. Hasta vive el pasto todavía mojado por las lluvias persistentes que han pasado. Y el sol hoy entibia, calienta, enciende.

No se puede hablar de todos los dolores sin llegar al fondo de un asunto inmenso: es desde la particularidad de Sergio, cuyo nombre sobresale y sobreexiste en el bronce que lo homenajea, que se puede hablar de amor y entenderlo todo, entenderlos a todos (los entiendo).

Se eriza la piel, no es importante el trabajo pendiente, el próximo examen, la plata que no alcanza.

Se te pone oscuro el recuerdo, hay medias sombras, no se ve nada.

Está por llegar un año nuevo y solo aflora lo viejo estancado, inmovilizado, empedernido en la foto de un adolescente que hoy sería un hombre si no hubiera sido por el fuego. Si no hubiera sido…

Un hombre que hubiera conocido otros fuegos que arden pero no queman, que te inundan de ganas, de proyectos. Y acaso también justo allí, donde hoy está ese ángel bajo el hombro de una mujer que lo sigue extrañando, estarían sus manos entrelazadas, apretándole el cuerpo en un abrazo curativo a esa adolescente a quien salvó de la amargura antes de irse.

¿Qué decir que sea suficiente, qué decir aunque el mundo de uno sea el de las palabras, frente al desasosiego de este instante, una década encendida, una vida tan limitada como un par de zapatillas sin cordones?

Hoy, vida.

Unos muchachos toman cerveza alrededor del pequeño monumento levantado en homenaje a Sergio. Y él está como ahí. Como en el aire. Como en el viento. Como en la hoja que lleva la hormiga. Como en la hormiga. Como en la huella profunda en el fango.

Ya no hay forma ni justicia ni ley ni condena ni caricia ni proyectos ni endilgue de culpas ni abrazos ni gritos ni reclamos ni firmas ni inspecciones ni salidas ni entradas ni bengalas ni estrellitas. No hay. Pronto, un año nuevo y, sin embargo, adentro de una multiplicidad de casas ya no hay una boca para esa copa vacía.

(*) Gisela Vanesa Mancuso participó con "Sergio" del Concurso de Crónicas "Alberto Morlachetti".

Edición: 3179


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