Razones para huir

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Por Alfredo Grande

“dedicado a la seccional Cinco Saltos de UNTER”

(APe).- Desde mi lejana juventud he sido docente. Educador. En una de mis primeras clases en la Cátedra de Psicología Médica le dije a mis alumnos: “Enseño porque aprendo”. Algo de la educación popular, mucho de la pedagogía de la ternura, latió siempre fuerte en mí. “Dime a quienes te acercas, y te diré que deseas ser”.

Yo deseaba ser algo diferente a un médico endiosado con juramentos y prebendas. Fui expulsado del paraíso de la medicina, el Hospital de Clínicas, por un colérico Zeus–Fustinoni. Abrevé al este del paraíso, en el Hospital Álvarez, conducido por la genialidad sencilla del profesor Chiovino.

En las vueltas de la vida, me acerqué a movimientos sociales, autogestionarios, de fuerte impronta libertaria. Milité en el laicismo, reformismo, y en diferentes expresiones de la izquierda. Supongo que más por cobardía que por convicción, no participé de la lucha armada. Siempre insistí y traté de resistir al represor sin resistir mi deseo. Acá estamos. Bueno, acá estoy. Fuertemente implicado en colectivos de profesionales, trabajadores, artistas. Tratando de entender conceptualmente aquello que vengo haciendo hace 40 años. Porque la teoría, cuando no es una abstracción encubridora, es política pensante. Y deseante.

Hablamos con palabras pero pensamos con conceptos. Y cada uno usa los conceptos que se merece. “Lucha de clases”, “gobernabilidad”, “honrar la deuda”, “poder popular”. Hemos abandonado algunas certezas. El pueblo algunas veces se equivoca. La patria de nuestros hermanos no exige la muerte, porque siempre propicia la vida. No hay que honrar a nuestros padres. A menos que se lo merezcan y muchas veces no se lo merecen.

La certeza es patrimonio de la derecha. Y plantea oposiciones bizarras. Estado Obeso Mórbido o Estado Desnutrido Raquítico. ¿A quién querés más: a tu papá o a tu mamá? Lo que denomino la alucinación de alternativas. La tragedia es que la derecha sostiene sus certezas e inventa otras nuevas y la izquierda va perdiendo convicciones. Por eso los que son y serán siempre más de lo mismo dicen “cambiemos” y los que deberían sostener “más, pero no de lo mismo”, no cambian en sus prácticas sectarias, iluministas y destructivas.

Por eso es importante sostener que no es necesario, incluso es letal, conservarse en el lugar donde empezó nuestra existencia. No hablo de un nomadismo naif, una forma volátil y mentirosa de ser ciudadano del mundo para no comprometerse con nada, y tampoco ser de aquí y ser de allá.

De lo que intento hablar es de lo necesario, de lo vital que deviene pensar si estamos donde estamos porque deseamos estarlo o porque nos hemos auto encadenado a ilusiones, deseos, aspiraciones, que ya no están. Puedo luchar por la libertad y no ser libre. Puedo luchar por el amor y no amar. Puedo luchar por la justicia, y ser injusto. Construcción contradictoria e incompatible de nuestra subjetividad. Freud lo llamó escisión. Vidas paralelas pero dentro nuestro.

Nuestra subjetividad tiene senderos que nunca se bifurcan, pero que tampoco se unen. Tenemos dentro de nuestra mente al torturador bueno y al torturador malo. Y también al deseador, siempre bueno, pero al que ocultamos. Quizá para protegerlo, pero lo condenamos a vivir en una eterna clandestinidad.

Creo que la soledad y el temor son pésimos consejeros. Vivir encerrados en nosotros mismos, convertir nuestra mente en una celda de aislamiento, decretarnos pena de reclusión perpetua y accesoria para nuestros deseos y anhelos, es el peor de los suicidios. Creemos que estamos vivos, pero no lo estamos.

En una entrevista radial que junto a Irene Antinori le hicimos a la periodista Liliana Lopez Foresi, ella nos habló de una psicoanalista cuyo nombre prometo acordarme, que en una lectura de Freud se dio cuenta de una mala traducción. Donde debía decir “empuje” se tradujo por “anhelo”. La psicoanalista en cuestión ponía en cuestión el tema del “empuje” de libertad.

La libertad, y toda libertad es deseante, nos empuja. Nos obliga. Nos convoca. Y ese es el empuje que la cultura represora anestesia. Congela. Arrasa. Entonces el empuje queda clonado en empecinamiento. Ser “cabeza dura” como virtud. No ser genio, pero intentar ser figura, hasta la sepultura. La mayoría no pasa de ser caricatura, pero no importa. Murió con las botas puestas.

Nunca se animó a vivir en las sandalias del pescador.

Las experiencias instituyentes de la escuela de educadores populares de Pelota de Trapo, el Encuentro de Docentes y Educadores, la capacitación a docentes de la UNTER , los 30 años de ATICO, la militancia a distancia pero implicada en ENRED, y tantos otras huellas, son territorios a los que he llegado huyendo de otros.

Me parece importante hacer una cartografía de la huída. No como valor, pero sí como estrategia. El éxodo como dispositivo libertario. Por eso tenemos que pensar en las razones para huir.

Porque si nos quedamos atornillados en los lugares donde nada hoy, en las tierras arrasadas, en los ríos contaminados, brillaremos por nuestra ausencia en las próximas batallas. Donde ayer hubo combate, hoy hay tregua. Pero nuevos combates nos esperan, por eso hay que huir de aquellos lugares donde ya no se combate más. Aunque digan y digan y digan que sí. El cielo no es el límite. El límite es nuestro deseo. Y a él me entrego.

Edición: 3182


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