La calle

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Por Silvana Melo
Fotos: Claudia Rafael
     

(APe).- Evitemos estar en las calles, dice el candidato opositor. La calle es el escenario de los invisibles. La calle los evidencia. Los hace libres aun con la frontera policial que les planta escudo, casco y garrote disciplinarios. La calle es dormitorio en el colchón que se lleva a cuestas. La calle es abrigo, es mesa en la vereda, son cuatro cajas de cartón para que nadie vea, es la intimidad ante el mundo, es el sueño de día con la frazada hasta la cabeza porque la noche mata. La calle es la indiferencia del otro, es la injusticia que descuida modales.

 La calle es territorio a conquistar. Es donde se grita el hambre y la desazón. Es donde se alza el puño al cielo para decir basta. Para que lo vea dios y sus delegados en las casas rosadas y sucursales. Todos ocupados en su propia subsistencia, incluido dios.

La calle es donde se planta una olla enorme y crece el guiso. Donde las doñas desdentadas cocinan y comen. Ellas y sus vecinas y los niños de todas y todos. Donde los pibes apuran un faso y disponen su flacura para hacerle fuerza a un futuro en el que nunca creyeron. Y posiblemente nunca creerán. Donde las pibas llevan su niño colgado y se depositan mansamente frente a Desarrollo Social para pedir esa leche que toca los cien pesos y que no puede comprar nadie.

La calle es donde se lucha. Es donde se exige. La calle es donde se fastidia. Donde se mortifica la tranquilidad de los que gobiernan. Donde se interrumpe el tránsito de los incluidos. Y se levanta la furia de los ministerios. En la calle se consigue la emergencia alimentaria. En la calle se obliga, se delibera, se determina. En la calle se decide. Y se dispone aquello que el poder no tendrá más remedio que conceder. Por DNU o en el congreso.

Por eso dice la ministra ¿Quién puede ir a buscar trabajo si todos los días está en una marcha?

Por eso dice la ministra Si pasan hambre tienen los comedores.

La calle le responde. La calle le habla con centenares de miles de sueños devastados, de gentes sin espacio en el mundo de este lado, con hambre generacional que heredarán sus hijos, con centenares de miles panzones de hidratos, anémicos y malnutridos, de niños sin fuerza para levantar el vuelo propio de la insurgencia, esa chispita sagrada que trae la infancia en la axila izquierda, tan cerquita del corazón.

La calle, deberán saberlo los temerosos y los despreciantes, dice la verdad. Cuando los saqueados se vuelcan a vivir en el afuera es que esta tierra está naufragando. Cuando el hambre se suelta masivamente a apropiarse de las avenidas, los metrobuses y el corazón latente del poder, hay algo que tiembla.

Evitemos estar en las calles, dice el candidato opositor.

La calle es el único territorio que las mujeres, los hombres y los niños anónimos y cesanteados de esta comarca pueden escriturar. Hacer propio aunque vuelen las balas y los gases. En la calle son evidentes y palpables.

Evitarlas es ceder la tierra propia a la voracidad de los conquistadores.

Edición:3944


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