El nuevo y perverso Lilliput

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Por Carlos del Frade

(APE).- Gulliver llegó a Lilliput en el siglo diecisiete. En realidad naufragó en sus costas y después se encontró con seres muy pequeños pero encantadores, con grandes conocimientos en poesía y matemáticas. También prestó atención a la generosidad de la naturaleza: montes tupidos, árboles de fuertes maderas y llanuras largas y salpicadas de los colores de infinidad de flores.

 

Fue el primero de cuatro viajes. En el último, Gulliver había llegado a la conclusión que es mucho mejor la compañía de ciertos animales que los integrantes de ciertas clases dirigentes que dicen trabajar para los pueblos y los terminan hambreando.

Algunos sostienen que aquellas travesías y descubrimientos no eran más que una descarnada crítica a la hipocresía de los ingleses del siglo dieciocho.

Si Gulliver hubiera llegado por aquellos días de sus aventuras a Santiago del Estero, lo habría sorprendido el vergel de su horizonte, la exhuberancia de los quebrachales y la economía cotidiana basada en los recursos forestales.

Y también se hubiera topado con la hipocresía de una clase dirigente local que asociada a los lores del ferrocarril argentino en manos inglesas convirtieron aquel paisaje de fantasía en un páramo salado y huérfano de grandes árboles.

Aquel proyecto económico político de alambrar la pampa y fijar los durmientes acabó con la producción santiagueña e hizo de sus habitantes los primeros en sumergirse en el agujero negro de la desocupación.

Gulliver se hubiera indignado de la clase dirigencial que culpó a las víctimas de vagos y así multiplicó la impunidad a través de semejante encubrimiento histórico.

Pero si Gulliver volviera a estas tierras encontraría un nuevo y preocupante parecido con aquellas tierras de Lilliput.

El tamaño de sus habitantes. La contextura física de los chicos de la provincia que alguna vez fuera la más rica del país que luego se llamaría Argentina.

Un chico de catorce años pesa doce kilogramos, lo mismo que pesa un bebé a los dos años. Consecuencia directa de la mala alimentación. Del saqueo cotidiano sobre los habitantes santiagueños.

El pibe vive con otros cuatro hermanos y su mamá, en el barrio de Villa Nueva, cerca de la ciudad de La Banda.

La doctora María de los Ángeles Pereyra dijo que "el adolescente ingresó al centro asistencial con doce kilogramos, siendo éste el peso correspondiente al de un niño de dos años. Desde ese momento se le realizaron los análisis clínicos de rutina y una serie de estudios para comenzar a otorgarle un sostén nutricional. Actualmente está estable y responde a los estímulos".

El chico padece parálisis cerebral y a los siete meses de vida habría padecido de meningitis, lo que pudo ser el desencadenante de su discapacidad que ronda entre un ochenta y noventa por ciento, completa la información. "Mi pedido de ayuda nunca fue escuchado y ahora dos de mis hijos, aparte de este chiquito, también están desnutridos. Yo siempre pedí trabajo para poder mantener y hacerlos estudiar. Desde el año 2000 vengo en busca de respuestas, sin embrago parece que a nadie le interesó", recordó Zulma Álvarez, la mamá del chico que parece una trágica copia de un habitante de un Lilliput perverso, pesadilla creada por la imposición de planes económicos y políticos que superan cualquier tipo de predicción.

Avisen a Gulliver que en el país de la plata, del trigo, la carne y la leche, han comenzado a florecer nuevos Lilliput, consecuencia de enanos en sentimiento y gigantes en codicia. Que lo llamen a él para que el mundo se indigne de lo que pasa en Santiago del Estero.

Fuente de datos: Nuevo Diario Web - Santiago del Estero 17-03-06


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