No son privilegiados. Tampoco son los únicos

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Por Alfredo Grande
   (APe).- El mayor triunfo de la cultura represora es cuando logra negar su carácter represor. Lo que realiza desde varios equipamientos: las democracias representativas, la publicidad, el consumismo, que es consumir consumo, el alucinatorio político social construido desde plataformas digitales y medios de comunicación globalizadas. En los momentos de bonanza, es decir, cuando las sobras del banquete capitalista tienen cantidad suficiente para que los premios consuelo impacten en la vida cotidiana, su identidad autopercibida es “estado de bienestar”.

En los momentos de colapso económico político, cuando las sobras no alcanzan para satisfacer las necesidades básicas, hay que ocultar el banquete capitalista con las diversas formas de estado de sitio y prácticas sistemáticas de exterminio. “Hay que pasar el invierno” sentenciaba el jeque del virus de la economía liberal.

La cepa “Ucedé” contaminó al peronismo del salariazo y la revolución productiva. La argentina se entregó a la orgía del primer mundo y al alucinatorio monetario conocido como convertibilidad. La memoria histórica puede ser una maldición para los que no aceptamos el mandato del olvido y del recuerdo formateado.

En los tiempos de la bonanza económica de la posguerra, cuando la Argentina podía llenar de trigo a la España fascista posterior a la guerra civil, el pueblo tuvo sus días más felices. Los niños eran los únicos privilegiados. Una nueva Argentina asomaba y las consecuencias más nefastas de la ley Agote de 1919 parecían diluirse. Los privilegios de los niños se prolongaban en los derechos laborales de los adultos. Sin embargo, lo que el Estado da, también el Estado quita. La bonanza administrada desde el aparato estatal es la crónica de un ajuste anunciado.

En los tiempos de los ajustes económicos políticos, los privilegiados de ayer serán los desamparados de hoy. Y de mañana. La auto denominada revolución libertadora fue el nombre del tope político del peronismo, qué de acuerdo a la sentencia política de Evita, “será revolucionario o no será”. Desde esos tiempos a esta fecha, ha quedado demostrado que no será. Incluso que será exactamente lo contrario. Una de las tantas pruebas de tantas infamias es el pasaje del que robaba para la corona a un empresario que se queda con una empresa energética. Debe ser uno de los pocos privilegiados, sobreviviente del menemato, que hace una entrada triunfal. Quizá me equivoque y haya demasiados privilegiados. Sin ir más cerca, el responsable político del asesinato de Maximiliano Kostecki y Darío Santillán, hoy es Canciller de la República. Un privilegio, sin duda.

Es imposible o, mejor dicho, es poco probable, no darse cuenta de que el pasaje de los niños privilegiados a los delincuentes corruptos del privilegio, hay mucho más que 4 años de macrismo. Los privilegiados de ayer son los encerrados de hoy. Claudia Rafael nos interpela con una de las formas crueles del encierro, aunque penosamente no la única. “¿Cuáles son las huellas que el encierro carcelario deja en las infancias? Del lado de adentro del muro -ahí donde sistemáticamente y demasiadas veces por años, permanece la mamá, el papá, algún hermano o hermana- radica la imposibilidad del abrazo o el beso cuando se tienen ganas, el cuento por las noches, la risa compartida”.

Hay demasiadas formas del encierro no carcelario. O como señalaba Alberto Morlachetti, las cárceles a cielo abierto. Con la siniestra paradoja que es un cielo abierto que aplasta contra la tierra arrasada y contaminada. En la actualidad de la cultura represora, los niños no privilegiados no son únicos. Por el contrario, son mayoría absoluta. Y el tema no es apenas que no tengan privilegios, sino que tampoco tienen ni pueden ejercer derechos. La minoría de privilegiados organizan el destierro en el mismo lugar donde empezó la existencia de millones de condenados. Y para esta masacre humana no hay cupo que valga.

Aquello que es justo, pierde su fundante cuando la cultura represora lo utiliza como maquillaje de todas las cárceles, de todos los encierros, de todos los exterminios. En el mismo momento en que las infancias, perdidos los privilegios, en carencia total de derechos, entren en una ley de cupos infantiles, el daño será permanente.

Incluso la cultura represora sostenida en el modo de producción capitalista puede habilitar el cupo revolucionario.

Y entonces necesitaremos varias generaciones para inventar nuevas alegrías y construir nuevas memorias.

Edición: 4343

 


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