“Hacinados críticos”

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Por Claudia Rafael

(APe).- Casi la mitad de los argentinos no accedió al agua corriente, al gas natural o a cloacas durante el primer semestre de este año. Exactamente, el 49,1 % según la Encuesta de Población Activa publicada por el INDEC. Demasiada gente de esta tierra atravesada por la iniquidad vive donde pueden en condiciones inhumanas: el 6% habita cerca de basurales y el 8,6 % vive en zonas inundables. El 7,9% tiene además viviendas cuyos materiales son de calidad insuficiente. En esta tierra atravesada por la desigualdad, el 2,3 % pasa sus días y sus noches en condiciones que el mismo Estado define como “hacinamiento crítico”. Mientras unos pocos miles son propietarios de la vida y de la muerte.

Como los porcentajes parecen mínimos, escuetos, profundamente anónimos, sin rostros ni cuerpos es necesario llevarlos a números concretos.

Entonces, se entenderá que casi 22 millones y medios de argentinos no tuvo acceso a ninguno de esos servicios. Que 2 millones 740 mil habitan en los alrededores o cercanías de basurales. Y 3 millones 930 mil en zonas inundables. Que 3 millones 610 mil sudan cada día y malduermen en casas con materiales de “calidad insuficiente” Y que casi 1 millón 100 mil personas duermen estrechamente, hacinados y sin intimidades. Compartiendo entre muchos un mismo cuarto, una misma cama, un mismo apretado rectángulo de suelo. Se huelen los sudores sin límite. Peligran sus cuerpos demasiadas veces ante un contacto indebido. En un eufemismo al que llaman los hacedores de tecnicismos y estadísticas “hacinamiento crítico”. ¿Cuándo es crítico un hacinamiento y cuándo exactamente deja de serlo?

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“Los niños tenían caras de viejos y hablaban con gravedad. El hambre reinaba en el barrio como dueña y señora y sus manifestaciones se advertían por doquier. Las calles eran tortuosas y estrechas, amén de sucias como muladares y las casas de que se componían estaban habitadas por gente sumida en la más negra miseria”. Así describía Charles Dickens la París de la pre revolución francesa en “Historia de dos ciudades” (publicado en 1759).

162 años atrás hablaba de esa tierra tironeada entre la “primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Treinta años después de esa novela histórica situada en esa París oprimida por una monarquía despótica que hambreaba a las clases populares, los sans-culottes (como se definía entonces a los trabajadores, pequeños comerciantes y artesanos) salieron a las calles para parir la revolución.

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Los últimos números oficiales hablan de 4416 villas y asentamientos populares. Desde entonces transcurrieron cinco tremendos años. Hay organizaciones sociales que ubican ese número en 5000. Pero no hay certezas. La realidad de la historia argentina entre 2016 y 2021, atravesada por años de explosión de la pobreza cuantitativa y cualitativamente, podría permitir pensar en una cifra mucho mayor aún.

La Fundación Techo advertía, hacia 2016, que del total de asentamientos que registraba en ese momento (algo menos de 4000) el 79 por ciento de los hogares “no cuenta con ningún tipo de documento que acredite la propiedad de la tierra”. Ese número se dispara al 82 % en provincia de Buenos Aires y en CABA, a casi el 96 %.

En el 62 % de los asentamientos, es irregular la conexión a la energía eléctrica. Pero ese número sube al 85 % en La Rioja o Corrientes; al 75 % en Chaco o Santa Fe y al 70% en San Luis.

El agua es un recurso esencial para la vida e inaccesible para las mayorías. El 65 % tiene una conexión irregular a la red pública. Pero en provincias como Salta, Chubut o CABA, ese número llega casi al 90 % mientras que en Córdoba, Corrientes o Mendoza, supera el 80 %.

El 74 % de los asentamientos y villas tiene apenas un desague a pozo negro, ciego o un hoyo. Y las provincias en las que es más generalizada esa situación son La Rioja, Mendoza, Misiones, Jujuy, San Juan y Santiago del Estero.

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A escasos días de una elección de medio término la gran discusión gira ociosamente en torno de cómo pagar una deuda que ahoga. Una deuda que el macrismo llevó de 45.000 a 90.000 millones de dólares y que los oficialismos pugnan por honrar. Como si se honraran los sueños y las utopías. Como si se honrara la semilla más valiosa de la historia de la humanidad. Cada bebé que llega al mundo en estas tierras asoladas asoma con un pagaré bajo el brazo que dice en letras grabadas con sangre que debe 3300 dólares.

Charles Dickens definía que aquella París se hallaba entre la “primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Pero en este territorio desigual, en el que “el sistema fabrica los pobres y luego les declara la guerra” (como decía Eduardo Galeano), no está habiendo sitio para la rebeldía. Y la esperanza parece un duende asustado que no logra vislumbrar un sitio en el que hacer pie.

En aquella “Historia de dos ciudades”, Dickens decía que “era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas”.

En esta nación de desesterrados y expulsados, hay demasiado sitial para el olvido y poco espacio para la construcción colectiva. Con un canto ausente y una orquesta de silencios que contextualiza los días y las noches. Habrá que dibujar credulidades y sabidurías, rediseñar esta era con la luz más honda y regalarnos a nosotros y a nuestras infancias el mejor de los tiempos. Ese que se edifica con los ladrillos de la ternura y de la equidad.

Edición: 4414

 

 


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