Chicos santafesinos

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Por Carlos Del Frade

(APe).- “Un niño no pensaría la felicidad. La infancia es otra cosa, conoce de otro modo. Si hay experiencias que pueden atrapar la felicidad, ejercerla por momentos, como destellos sentidos en el cuerpo, imágenes inefables que nos ayudan a vivir, quienes mejor pueden contarlas son los chicos”, comienza diciendo la bella convocatoria al Congreso de los Chicos “Hablemos de la felicidad”, impulsado por el gobierno de la provincia de Santa Fe en las dos principales ciudades, Rosario y capital.

Terminaba diciendo que “llegó la hora de entrar en un mundo dentro de otro mundo, desarmar el puzzle, y encontrar milagros, volver a jugar la vida y jugarse en eso. Es el momento de hacer la felicidad como una masa, leudarla y repartirla con los niños. Vamos a hacer un Congreso y cuando decimos “hacer” es toda una tarea. Vamos a inventar juntos un Encuentro que produzca momentos tan felices, como para que nos dure muchos años el compromiso de buscarla, la astucia de encontrarla en las pequeñas cosas y la revelación de que es la clave para no quedarnos quietos”, apuntaba el escrito.

En forma paralela a esta iniciativa, chicas y chicos de esas mismas regiones, Santa Fe capital y Rosario, escribieron otros textos que también merecen ser tenidos en cuenta.
-Mi barrio se llama “Las Flores” y está en la zona sur de Rosario. Hay gente humilde, pretenciosa, buena y mala. Chicos comunes y otros que se drogan con faso, cocaína, pastillas, poxirán…algunos son muy responsables en la escuela, pero hay quienes salen, es decir, andan por ahí robando para comprar droga en los bunkers. Es fácil conseguir porque está lleno de esos lugares. Hace poco, hubo muchos allanamientos. Los policías se metían en las casas sin permiso, golpeando y rompiendo todo. Fue muy feo. Siempre pasa eso, pero esta vez eran muchos milicos y se escuchaban tiros todo el día. Hasta disparaban contra el paredón de la escuela, pero igual había clases. El otro día encontraron vendiendo a un nene del barrio que tiene doce años, a la vuelta de mi casa. Le pagaban treinta pesos por estar ahí todo el día. También lo hacía en la esquina. Yo sé que la plata la llevaba a la casa para comprar la comida de sus hermanitos. Igual, otros lo hacen para “rescatar” un poco y tomársela ellos…mi deseo es que en el barrio no haya más muertes ni sufrimientos. Que podamos tener una vida sana y sin peleas. También que el gobierno haga algo porque no es justo vivir así y que a veces nos discriminen por ser de este lugar – dice el escrito de una nena de la zona sur rosarina.
Y desde el barrio Santa Rita, en Santa Fe, ciudad capital del segundo estado de la Argentina, llegó este relato que habla de la “violenta” Yamila que cuando tenía nueve años escribió una redacción de tema libre.
“Yo quiero una casa de ladrillos”, decía Yamila, entonces. “La violenta Yamila no pudo terminar la secundaria. A los 16 el destino preestablecido y que a veces no enseña cuidados, le puso en su camino al Jhona. Y a los dos los sorprendió la vida y la responsabilidad, llegó Sofía. Yamila se la bancó, ni lo pensó, la acarició y le habló desde el primer día en que su vientre la hizo madre. El Jhona no pudo, no podía ni con él mismo, se lo llevaron dos Marías, una blanca que lo encegueció y otra morocha que una noche encontró. La violenta Yamila lloró, parió, abrazó, amamantó, amó. Se pudieron acomodar en el pedacito de rancho de siempre, el que se multiplica para adentro cada vez que el destino lo decide, porque en los ranchos no se está permitido planificar una vida, llega y punto. Salió a rebuscar su comida y la de su niña, y la de sus hermanos más chicos y la de su viejo que siempre cree andar esquivando su destino con un vaso de vino en la mano. Limpió casas, muchas casas, muchas cocinas, muchas camas, muchos baños…La violenta Yamila tiene 10 años más que cuando en la escuela conoció el deseo de una vida distinta. Ahora el deseo se multiplica por dos. Sofía corre, juega, traga la tierra del mismo piso que tragaba ella… Y ahí se vio descubriendo lo que era una asamblea, discutiendo con sus vecinos, compañeros, cuáles eran los mejores pasos a seguir.
Ahí se vio, al lado de muchas otras mujeres -porque son siempre las mujeres las que ponen su cuerpo y su alma cuando a los varones les flaquea impotente el orgullo- se vio cortando una y otra vez avenidas, ministerios, municipios, hasta el mismísimo “palacio de justicia” en el que la justicia nunca es para ellos; bancando el embate de las patotas mercenarias, explicándoles a los enviados de la burocracia estatal-empresarial que su derecho a un deseo satisfecho era innegociable.
Como verán Yamila nunca fue violenta, al contrario, fue violentada una y mil veces desde que tiene uso de razón…”, dice la profunda historia que recorre distintas organizaciones sociales santafesinas. Hoy Yamila, gracias a esa lucha colectiva, logró tener su casa de ladrillos, aquella con la que soñaba cuando tenía nueve años.
Más allá del congreso oficial de los chicos, hay otros pibes que también pelean por la felicidad y, para lograrla, necesitan de otras políticas que vayan más allá de las buenas intenciones.

Fuentes: Página oficial del gobierno de la provincia de Santa Fe, relato enviado por una adolescente del barrio Las Flores y documento de la Corriente Clasista y Combativa de Santa Fe remitido al cronista que escribe esta nota.

Edición:2550


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