Ni-Ni: los hijos del desencanto

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Por Silvana Melo

   (APe).- No ha hecho demasiado el mundo como para abonarles la esperanza. El país les ha jugado con cartas marcadas. Les ofreció a buen precio mentiras de oro. Que en sus manos fueron tierra seca. Barro, tal vez. Les imponen como corona y sambenito un nombre surgido del desdén: “ni-ni”. Dejan de ser chicos y chicas de 15 para arriba, expulsados de la escuela y con la puerta del mercado laboral cerrada en la nariz, para ser ni-ni. Ni estudian ni trabajan. Son los que llevan en ese llano que baja de la clavícula una angustia nudosa, difusa. Una sensación vaga de sin sentido. Un paraqué infinito como un pantano del que no se emerge.

No son exclusividad de estas tierras de fin de mundo. También en España y México centenares de miles son arrastrados por los oleajes del desasosiego. Como los pibes esquineros de por acá, los pibes de las ochavas que se reúnen en los horarios cívicos en que se trabaja o se estudia. Y despliegan su ritual extendido de birras y faso. “Generación Nini” ya tiene impulso para incorporarse en el diccionario de la RAE. No hay energía anticinética que tuerza el rumbo. Sí hay lenguaje que lo legitime. Y lo vuelva perdurable.

Cifras

En 2010, el presidente de la Comisión de Pastoral Social Jorge Casaretto, les decía a unos 1500 docentes que el país debía "ocuparse de los 900.000 jóvenes de todo el país que no estudian ni trabajan". El número se replicó escandalosamente en las tapas de todos los diarios.
Para la Universidad Católica (sobre los datos del INDEC) son entre un 10 y un 15% de “la población juvenil del país, grupo compuesto principalmente por mujeres”.
Para el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), “en el tercer trimestre de 2012 había 850.000 en el país: el 13,2% de los jóvenes de entre 15 y 24 años; las dos terceras partes son mujeres, muchas de las que hacen trabajo doméstico en sus propias casas.
Para la Encuesta de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica, en 2012 llegaban al 17,4% de los jóvenes de 18 a 24 años. Cuando se baja a los barrios de los confines, son tres de cada diez.
Para el licenciado Daniel Arroyo, ex viceministro de Alicia Kirchner y ex ministro de Daniel Scioli, son 900.000 entre 16 y 25 años.
Para el economista e investigador Martín Tetaz, son 1.311.308. El 18,9% de los jóvenes de entre 15 y 24 años.
Para el politólogo Fabián Repetto, son 810.911.

Doscientos mil

Hay diferencias casi de 200.000 entre unas cifras y otras. Doscientas mil historias, doscientas mil rebeldías ahogadas, doscientas mil angustias, doscientas mil brújulas extraviadas, doscientos mil padres de 15, madres de 14, entrampados en la celda del no deseo.
Números y porcentajes que son más o menos. Como si fueran fósforos de una caja que nunca da 222. Como si fueran tornillos en la uniformidad de la ferretería. Atrapados por la resignación sistémica y posibilista: es lo que hay. No vienen topadoras de la mano contraria para desandar el camino que te construyeron para que tropieces diez veces por paso. Es que el sector privado crea poco empleo, dicen los analistas. Y la suba en los costos de contratación (hay que pagarles un salario mínimo de 3.300 pesos) y despido de trabajadores “hace que las empresas sean cada vez más selectivas para contratar personal”.
Los jóvenes no tienen experiencia. Por lo tanto no tienen antecedentes ni referencias. Para ellos la oferta es la precariedad. El empleo sin registro. Los adolescentes de 15 no pueden trabajar legalmente. La ley 26.390/2008, en su artículo segundo, “eleva la edad mínima de admisión al empleo a dieciséis (16) años”. Sin embargo son incluidos en las estadísticas de ni-ni. La escuela los abandona en el primer barquinazo y la ley les prohíbe trabajar. Quien los emplea ingresa en la ilegalidad. Su destino de calle y de intemperie es cuidadosamente moldeado.
Si encuentra una changa, “cuando vuelve al barrio gana menos que el que vende drogas o está vinculado a la política”, dice Daniel Arroyo a APe. Entonces “se pregunta si trabajar tiene sentido”.

Madres

La maternidad aparece cada vez más temprano. Tal vez en la misma colectora que la apatía y la desgana. En el da lo mismo del presente continuo. O acaso para buscar desesperadamente sentido. En otra vida que en poco tiempo será dos intemperies. El 30% de las madres son menores de 24 años. Los ni ni suelen ser padres y madres. Y son niños con sus hijos.
Las mujeres ni ni suelen ser madres en soledad. "A la edad de los 24 años hay 86 mil mujeres que no trabajan ni estudian y hay 14 mil hombres que no trabajan ni estudian. Es buenísimo lo que nos pasó", dice el candidato a senador oficial Daniel Filmus. "La mitad de las mujeres ni-ni tienen niños menores de 5 años. Gracias a la Asignación Universal por Hijo, están en el lugar que tienen que estar, cuidando a los chicos”. Las madres adolescentes parias no disfrutan de la vida solas, con una criatura y 460 pesos de la AUH. Deben abandonar la escuela. Necesitarían trabajar desesperadamente pero si tienen menos de 16 deben emplearse ilegalmente. El Estado no las registra. No les abre guarderías para sus chicos. Les quita la escuela y les pontifica que 460 les alcanza para quedarse en casa, que es donde deben estar.

Hijos de

Su familia es otra matriz de familia: es la tercera generación que creció sin ver a sus padres y abuelos con empleo seguro. Carecen de moldes, de caminos a seguir. La fuga del estado de bienestar los dejó sin movilidad social ascendente. No es suficiente estudiar para tener un buen trabajo y energía para correr detrás de la felicidad y hasta alcanzarla, tantas veces. “Se produce una sensación de vacío que construye la idea del no futuro. Y una fuerte brecha de desazón”, dice Daniel Arroyo a APe.
Son hijos de una escuela que replica la desigualdad. Que no les cambia la vida ni les abre las puertas a la promoción social. Si el futuro no se ve, la escuela pasa a ser una estructura “intolerable” (Liliana Mayer-Socióloga-UBA).
Son hijos de diez años de un crecimiento a tasas siderales que no pudo, no quiso o no supo transferir esperanza a las generaciones de desencanto. Sí se transfiere dinero en calidad de planes sociales.
Pero el dinero desnudo no evita la angustia de no saber en qué creer. De no entender el para qué del esfuerzo. Si diferir la satisfacción ya no es garantía de comodidad futura. Sólo es extender la desazón del presente al futuro, como una alfombra. Porque paraíso parece no haber. En ninguna de estas vidas.

Edición: 2551


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